11/52 pirates
Pirates airlines es un fanzine que hizo Liz Mevill durante el Valetores juveniles que dimos Manuel y yo el pasado mes de marzo. En la descripción que escribió la misma Liz, los Pirates airlines es un proyecto de intercambio multidisciplinario en donde se combinan varios temas que le interesan a ella y a su novio el Capitán Falko, un chico italiano que hace grafiti en un pueblito cerca de Milán.
El fanzine es una suerte de guía aérea, que parodia los instructivos de los aviones. En esta guía se puede encontrar qué tipo de snack se puede comer durante el viaje, qué visitar y un mapa del mundo en forma de corazón. Lo que más disfruté de acompañar a Liz en esta publicación fueron sus referencias pop y cómo logra transformar un Bugs Bunny con ojos de corazón en un plano terráqueo.
Hicimo un Pop-up en Cedro en donde se presentaron por primera vez al público y se vendieron muy bien. Me da satisfacción poder ver que los fanzines que se imprimen en Berenice tienen una resonancia a otras personas que no estuvieron involucrados en el proceso de edición. Liz vendió obra gráfica ese día: diarios del pelo, animalitos en Huracanes, cabellos güeros del David Foster Wallace, Lolitas, y todas esas imágenes que inevitablemente hablan de los caminos que hemos compartido juntas. Casi ya 10 años de amistad. Veo el camino de la pitzi comenzando por el logo que la misma Liz dibujó y luego veo los Piratas y pienso que Liz tiene muy clara la ruta que ella misma ha decidido seguir. A veces cuando me dice no sé qué estoy haciendo, me parece absurdo, “eres artista” le respondo, pero parece no gustarle esa respuesta.
Hace dos semanas nos fuimos a Yautepec y estuvimos metidas tres días en la alberca. Conocí el pasaje Botello que pertenecía al abuelo de Manuel, comimos tacos de cecina y luego fuimos por paletas a la plaza central, en donde los pájaros gritan cuando atardece… recorrimos esa avenida llena de árboles que en la noche está sola y silenciosa. No es muy seguro por aquí, dijo Liz.
Agradecí poder desconectarme. Estar lejos de la ciudad y de las obligaciones. Allá escribí en mi app de notas:
Para llegar hay que cruzar parte del terreno, la casa está en medio, como sucede con muchas casas de descanso, están en medio del terreno, rodeadas de vegetación, albercas o muros.
Liz patea el cadáver de una cucaracha muerta con su pie. Avanza sobre la casa como si pudiera caminar sobre su propio pasado, con desdén y apatía. Así son las cosas aquí. Yautepec es el escondite perfecto. Cuando murió su abuelo lo velaron en la sala. El jardinero estuvo sentado ahí dos días y dos noches. Al terminar el sepelio le pidió a la madre de Liz continuar con su empleo.
Liz abre la puerta de las habitaciones con una llave. Permanecen cerradas cuando no hay nadie. Aquí puedes acomodar tus cosas. Mi habitación tiene dos camas, una matrimonial armada con sábanas y cobijas y otra individual con el colchón desnudo.
Pongo mi maleta sobre el colchón.
Esta cama era la del enfermero que cuidaba a mi abuelo. Yo iré a dormir a su dormitorio. Me tenía prohibido entrar a su baño. Me comenta todo eso mientras acomoda unos papeles y se hace espacio.
Me recuerda mucho la casa de mi abuela Queta. Me parece sombrío y estático. Observo el retrato de sus bisabuelos. ¿Qué significan ahora esas vidas? Intento conciliar el sueño pero no puedo.
Al apagar la luz se queda la habitación en una oscuridad tan absoluta que solo puedo imaginar el ventilador girando en el techo. Si se zafara de su lugar caería sobre los pies de la cama. Intento dormir pero me viene a la mente la alberca y el sobreestimulo de la tarde. Mi hermana colocándome bloqueador en la espalda. Sus amigos ahogados de alcohol durmiendo en los camastros. La montaña de basura en un rincón de la fiesta.
Esto es el 2024.
Apenas una semana y cumpliré 40 años.