13/52 pianos

Idalia Sautto
3 min readApr 12, 2021

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En el inventario de las cosas que dejó en herencia el conde de Bucarelí, un manuscrito de 1778, el conde decide donar 4 pianolas y dos pianos de cola a la catedral de la actual ciudad de México. Su desaparición de la catedral después de la reforma, en 1864, fue registrado en el libro de objetos perdidos que escribieron las monjas jerónimas.

Este viejo registro solo me habla de la inmortalidad que puede representar un piano. Pero también está esa fantasía de que mi piano me va a sobrevivir. Quizá en algún momento forme parte de un inventario y después quizá solo se pierda.

No sé de quién era mi piano. Lo compraron a un señor que vendía pianos usados y que justo por ser de segundo uso costaban menos. Mi padre pensaba que era una pérdida de tiempo comprarlo, algo que una familia de clase media no podía costearse. Mi piano ha producido muchos momentos de felicidad en mi vida, y de pronto me viene a la mente eso, que mi padre lo pensó como una frivolidad. Si no fuera por mi piano no tendría esta emoción que me conmueve mucho más allá de lo que pueda conmoverme una pintura o una película, hay algo de la música que no se puede explicar con teorías. Mi madre fue la que insistió en comprarlo.

El primer piano que escuché sonar estaba en la escuela primaria en donde cursé tercero, cuarto y quinto. El sonido de la caja me impactó. Nunca hubiera pensado que el sonido de ese instrumento se quedara por siempre en mi memoria. Comencé a tocar las primeras notas en un teclado casio de dos octavas. Lo siguiente sería tener un piano. Mis clases eran los lunes de 7 a 9. En esas clases me quedaba largo rato escuchando a miss Mago.

He mudado de lugar mi piano cuatro veces en mi vida. La última vez hace 15 días: el piano bajó cuatro pisos y subió tres. El olor de la madera todavía se respira cuando se abre. Es un piano de pared, convencional, hay muchos pianos igual al mío en mercado libre, pero mi piano sigue teniendo dos pegatinas pequeñísimas en su interior que pertenecieron a un set de estampas de la Barbie que me dieron cuando cumplí 10 años.

Su banco no es original. Eso me lo dijeron los chicos que lo afinaron. Las patas del piano y del banco no coinciden. Y hay un ligero cambio en el color. Eso lo noté cuando me mudé a Allende. El banco tiene un cajón en donde de niña guardé mis cuadernos de música. Después comencé a guardar revistas y después cualquier cosa que quisiera tener a la mano como recibos del teléfono o de la luz.

Mi piano siempre ha estado recargado en grandes muros. He cuidado que no le dé el sol directo y que cuente con sus cuidados de afinación. Mi madre colocaba caminos de mesa en su parte posterior. Cuando me mudé me regaló toda esa ropita que el piano usaba. Aún conservo esos caminos y los voy rotando. Quisiera tocarlo más. Quisiera dedicarme más tiempo a estudiarlo. Desde hace quince años tocar el piano ha sido un deseo postergado. Tenerlo de vuelta en mi vida me da la posibilidad de retomarlo.

Comencé a sacar una sonata de Chily González que me gusta mucho. Me dio emoción poderlo retomar, con tropiezos pero con felicidad. Comenzar a pensar en notas y en sonidos, dejar a un lado los pensamientos y el tiempo.

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