14/52 dos casas, una casa

Idalia Sautto
4 min readApr 12, 2021

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Hace una semana traje a mi casa otra casa. Parece redundante pero no lo es.

La estufa que tenía era negra, marca Mabe. Y fue reemplazada por una estufa, dos centímetros más pequeña, marca Acros. La reemplazamos no por su color o su marca, simplemente por la comodidad que tiene poder encender las hornillas con una chispa eléctrica que da la estufa blanca. Para encender la negra había que tener un encendedor o cerillos. Recuerdo a mi amigo Ángel, que vive en Madrid, cuya cocina tiene una parrilla de vitrocerámica compuesta por hornillas eléctricas, decía, ¡qué bien cocinar con gas en México! Como si cocinar con gas pudiera mejorar la calidad de la comida. Cuando prendo el fuego de las hornillas y veo el aro azul pienso en eso, quizá sí es un verdadero lujo cocinar con gas.

Mi cocina, hoy, 11 de abril de 2021, tiene dos estufas, una conectada y una esperando su nuevo hogar. Tiene también dos lavadoras, la que llegó que se tendrá que ir y la viejita, que se quedará en su lugar, no será reemplazada, aunque una es para 12 kilos y otra es para 14 kilos de ropa. No hay un motivo contundente para cambiar la una por la otra, así que simplemente se mudará también. Quedarnos con lo mejor o quedarnos con lo que queramos, dijo Alex. Y tiene razón. Qué queremos y que no queremos.

Lo que más cambió fue mi estudio, el de la editorial y el de mi casa.

Dos libreros vinieron a rodearme por completo. Los cuadros de mi mamá Yuyes volvieron a ocupar un lugar en mi espacio. Sobre todo el cuadro de la pirámide. Su amigo Lázaro pintó ese cuadro en 1971. Su firma se ha borrado, el masonite se ha pandeado, pero las figuras me siguen conmoviendo y gustando. Recuerdo ese cuadro desde que soy niña. Recuerdo el lugar que tuvo en la casa de mi abuela. Me acuerdo sobre todo cuando estuvo colgado en su comedor. Me gustaba verlo. También fue una sorpresa saber que a su muerte nadie quería ese cuadro, a nadie le gustaba, y cuando pregunté si era algo que me podía llevar, sus hermanas, dijeron sí, sin chistar.

Ahora me gusta tenerlo a mi espalda. Lo veo cuando entro al estudio y lo veo cuando prendo mi cámara de zoom. Su imagen me es devuelta en espejo. Con él aparece también una frase que resuena fuerte: soy yo. Esta pirámide en acrílico me representa a ese nivel simbólico que es simple como eso: soy yo. El espacio de mi estudio es vital. Su temperatura es templada durante todo el día. Nunca hace calor ni frío. Tener el balcón abierto por las mañanas hace que refresque, pero a veces cierro la puerta porque me da frío. Configurar nuevos espacios es como mudar de piel.

La citronella creció mucho y la veo asomarse a través de la ventana del balcón, la sábila de la biblioteca también es una planta enorme que ahora está en mi sala. El reencuentro con plantas es muy conmovedor porque ellas han crecido, estuve al menos dos años sin verlas, yo también he cambiado, volver a pasar mis dedos por sus hojas y darme cuenta que siguen vivas.

La nueva mudanza me completó en dos sentidos: ser conmigo misma, ser y estar con las cosas y objetos que me han acompañado.Traer la cerradura de mi viejo hogar a mi nuevo hogar fue como volver a configurar la confianza de estar protegida: cerrar con la llave que me pertenece. Colocar la mirilla por la que observo a las personas que tocan a la puerta; reacomodoar mis libros de arte y de filosofía y volver a clavar los cuadros que me gustan.

Y después de siete años de vivir, quiero decir, de primero vivir apenas con poco, después a veces con lo que me podía alcanzar y luego vivir por fuera… En esa ambigüedad del contrato de arrendamiento, de los airbnbs, de la producción, de subarendar a sabiendas que es ilegal. Ahora puedo decir que esta es mi casa, mis plantas, mis gatos, la cocina enorme, los cuadritos amarillos, la orquídea, el cáctus, el cedro del líbano, el librero pequeño del baño, el librero mediano, los dos libreros gemelos, la colección de breviarios del FCE, el cuadro grandote, el molcajete, la bocina bose, la citronella y el geranio respirando al mismo tiempo. Mi reflejo de nueva cuenta en un espejo que yo misma mandé hacer en los marcos modernos. Encontrarme ahí, otra vez. Encender las lámparas, una al fondo, otra arriba del piano. Sentir que comienza la noche y todo tiene que estar en calma y en silencio. Hacer a un lado a Pantro y recostarme en mi sofá. Acabo de descubrir que la atmósfera de mi sala siempre he sido yo. Qué alivio estar a salvo.

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