16/52 Domingo de cuarentena
—19 de abril de 2020
Durante gran parte del 2014 escribía los domingos por la noche una entrada en mi olvidado blog. Lo hacía como una resistencia de la incertidumbre que genera el domingo. Después del lunes o quizá más que el lunes, es el día al que se le adjudican todos los lugares comúnes del aburrimiento, el tedio y hasta hay inteligentes investigaciones sobre por qué al ser humano le parece un día fatídico, de descanso pero aburrido. Escribía los domingos para hacerle frente a esa tontería, como para demostrar que podía tomar el toro por los cuernos.
A veces lo lograba, otras no.
La verdad sí, es un día complejo, el domingo a veces ganaba, me sometía y no había nada qué hacer. Cuando lograba hackear el domingo lo terminaba con algún festejo. Salía a correr cuando caía el sol o si tenía flojera abría un vino. Vivía sola. Tenía que hacerme responsable de cada decisión que tomara, no es que ahora sea diferente, sólo que ese año inauguré una serie de rituales innexistentes: escribir en domingo, salir a correr por las noches, tomar una copa de vino y hacerme un par de quesadillas.
Como cualquier juego llega su final, no sé si logré mis objetivos, tengo la impresión de que sí, recuerdo que era muy feliz con mi blog, lo recuerdo como se extraña una casa en la que fue feliz. Llegó el 2015 y decidí que escribiría otro día, que no fuera domingo, ni lunes, y comencé a escribir todos los martes. Y ahí las cosas fueron diferentes porque generalmente ocurrían más cosas que en domingo y tenía más detonantes para ponerme a escribir. El lunes incluso me servía como pequeño preludio a lo que diría. ¿Qué escribía? Nada en concreto. Como ahora mismo.
Sólo decidía prestar atención a mi día, saber que al finalizar tendría que arrojar un par de ideas y ponerme a escribir me hacía estar más pendiente. El viernes lo dijo muy bien Abril: vamos a echar la cascarita. Eso hacía ahora que lo pienso, jugaba el solitario, lanzaba mis cartas y me ponía contenta de solo hacerlo. También revisaba otros blogs que seguía. Y me entretenía leyendo a los demás.
Hoy mi amigo Manuel adoptó una gatita. Mi hermana la operó y desparasitó a Ella, la niña, al parecer ese es su nombre. Me envió un video en donde juega con ella con una escoba. Después vi una foto en donde la gatita investiga una serie de cuadros apilados. Y otro video en donde juegan con un rollo de papel de cocina. Me quedé un rato viendo el video del papel, lo baja y lo sube, ella mide la distancia e intenta atraparlo, cuando está por atraparlo, él lo levanta.
¿Es un buen día para adoptar una gatita de dos meses y medio?
Sí, quizá sí lo sea, hoy es un domingo extraordinario porque Manuel conoció el amor de una gatita que vivirá con él, y aún no imagina lo que es convivir cotidianamente con un gatito. Mientras tanto yo lavé el baño de mi casa. Lo hice con saña. Lavé cada cuadro de azulejo con cloro y roma. Hace una media hora, cuando me metí a bañar, me llegó el olor fuerte del cloro, como el que tienen algunas albercas. Extraño un poco la posibilidad de ir a una alberca, de remojar los pies antes de entrar, de sumergirme. Pero tampoco es un problema. Siento que sólo porque existe el imperativo de no salir, es porque la añoranza se hace más patente.
Mi domingo no fue muy diferente a otros domingos, quiero decir, fuera de la cuarentena. Los domingos por lo general ordeno mi escritorio, mis cosas, me preparo para la semana. Este domingo escuché a Elliott Smith, lo extrañaba, tenía quizá un año de no ponerlo en mi Spotify. Lo hice después de leer el texto de Wences, entré a Twitter para enviarle un mensaje y vi su tuit de que se cumplían 20 años de Figure 8.
Me dieron ganas de escuchar el disco completo. Me puse los audífonos y mientras hacía un par de memes en la computadora lo escuché.
Luego entré a Twitter y me encontré con esto:
Bueno pues también hay domingos en donde Luis Miguel cumple 50 años.
¿Larga vida al sol?