17/52 Ext. Día. Edificios
Desde mi ventana puedo ver un colibrí que se para en un cable que cruza en diagonal la calle. Este cable se sostiene de un poste y cruza hasta llegar a un primer piso. Nunca he entendido bien cómo los cables llegan a habitar el exterior, a pegarse a las paredes o a deslindarse de cualquier rama de árbol, a generar nudos o simples trazos rápidos en medio de la calle.
También veo un pedazo del cielo y desde mi escritorio puedo saber si está nublado o soleado. Ayer por la noche comenzó a llover y hoy el cielo es un azul pálido uniforme. No hay nubes. Si el cielo tuviera voz me imagino que sería uno de esos días en los que sólo está ahí, en silencio.
Hay dos edificios frente a mí, uno de ellos está recubierto de azulejo veneciano, el otro tiene un azulejo igual de pequeño pero es verde agua. El edificio recubierto de un solo tono verdoso es mi favorito. Tiene una piedra rosada para sus columnas y dos ventanas en forma de claraboyas, en los huecos que forman lo mixtilineo hay azulejo azul con la forma de una estrella en el centro. Esta fachada es mi favorita.
A un costado está un árbol grande, su copa cubre lo que podría ver más al fondo: la cúpula del monumento a la Revolución. Por las tardes cuando el sol se posa justo encima del monumento la luz que emite desde su centro metálico y dorado puede a travesar la copa del árbol y emitir unos rayos de luz que caen en la esquina del escritorio.
A mi gato le gusta acostarse en esa línea de luz.
El otro día encontré una foto de ese edificio en el instagram. Alguien estuvo lo suficientemente cerca de mi casa y tomó esa foto. En su momento me sorprendí, como cuando ves retratado un lugar muy cotidiano en la cuenta de alguien más. Luego lo olvidé. Recuerdo cuando las coincidencias me podían tener girando varios días, ahora ya sólo asumo que son parte del mundo y de la vida. Es un Instagram que sólo publica azulejos venecianos por la ciudad de México. El del edificio que está frente a mi casa no es tan lindo como este otro de juego de azules, rosas, verdes, amarillos y blancos:
Extraño salir y caminar por el barrio. Extraño la posibilidad de encontrarme con personas en la calle. Es una añoranza muy nueva, porque el mundo está afuera, pero la amenaza es un elefante invisible. En la novela La posibilidad de una isla, Houellebecq describe cómo vive Daniel, encerrado en un pequeño cubículo, leyendo la vida de sus antecesores. Cuando por fin decide salir, el mundo es similar al que habitan las personas fuera del monasterio en El Nombre de la Rosa: residuos humanos y vida salvaje, el olor de la vida humana sin aditamentos, la inclemencia de una vida sin ninguna meta más que la sobrevivencia.
El otro día salí a hacer la compra y los únicos habitantes eran los indigentes. Me pareció ver más que de costumbre o quizá sólo se hacen más visibles ante una ciudad inhabitada de transeúntes.