20/52 temporada de vacunas

Idalia Sautto
3 min readJun 10, 2021

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Esta semana he estado editando dos fanzines al mismo tiempo. Y hoy de la nada tuve un motivo para escribir. El regreso a la normalidad, pero ¿cuál normalidad?

Me parece que el regreso a la normalidad en medio de una pandemia de la que no se sabe bien si ha terminado o solo estamos en el valle de las estadísticas, es una improvisación de nuestro gobierno. Regresar a la normalidad es tan absurdo como querer correr después de una intervención en ambas rodillas, ¿cómo se puede regresar simplemente así?

El tema de mi fanzine es esa paradoja del regreso y de inmediato tuve el tema, sin darle tantas vueltas. La vacuna que me pondrían por ser profesor y que por la negligencia de una persona que no nos registró a tiempo no sucedió. O sea: me quedé sin la vacuna pudiendo tener la vacuna. En medio de todo el caos, ocurrió algo dentro de mí que no hubiera pasado bajo ninguna circusntancia. La vacuna fue objeto y artífice de la esperanza. Cuando se presentó como posibilidad me hizo gran ilusión, pensé que teniendo la vacuna mis probabilidades de morir de COVID bajarían drasticamente, pero puso sobre la mesa algo que no había pronunciado antes: todo este tiempo he podido contagiarme de COVID y al menos no me ha pasado. Parece bastante obvio, toda la humanidad ha estado en riesgo, pero yo he decidido evadir esa posibilidad para seguir viviendo, sin sentir la angustia de la muerte todos los días. No solamente no me ha dado COVID, no me ha dado ni siquiera gripa, ni una leve tos, ni resfriado común y corriente, no me ha dado NADA en año y medio.

Y entonces pude liberarme. No recordaba lo fácil y laxo que es escribir en mi sección de Los chulos, que yo misma, mucho antes de la pandemia, había titulado Gente cretina. Y qué mayor cretino que aquel personaje, que no sólo me dejó sin vacunar a mí, sino al resto de la plantilla de profesores. Luego me quedé pensando en su tibia reacción, en la mesquindad que esconde cada respuesta que fue dando a lo largo de su error. No sólo era un colega en el colegio, verdaderamente le consideraba un amigo.

No es un error común y corriente, es un tipo de negligencia que nos privó de la posibilidad de no contagiarnos y morir. En el texto que escribí ayer, desde ese lado que el fanzine permite y da posibilidades, lo pude vislumbrar. Mi amigo jugó la carta de el marido infiel, ha sido cachado en la mentira y responde con violencia, la culpa no la ha tenido él sino de quién lo sorprende. Cerdo machista, encima de todo, comencé a escribir. Luego recordé que Abril me recomendó no usar adjetivos cuando escribo enojada. Y lo omití. Me intentó hacer sentir culpable porque escalé la conversación con una autoridad a quien antes él había culpado en lugar de aceptar desde un inicio que había sido su propia negligencia.

Cómo es posible que no dijera nada más. Algo como «ante este error me iré yo mismo a Rusia a buscar las vacunas». O mejor aún: “me iré a Siberia a autoexiliar porque soy el tipo de persona cuyas negligencias pueden ocasionar la muerte de los otros”.

En fin.

Sigo viva. «yo te veo muy repuesta, no creo que te vayas a morir» me dijo en medio del jaloneo entre “no puede ser que hayas estado pedo mientras debías registrarnos para obtener la vacuna”.

Pero sigo viva. Parece ser que el regreso tiene que ver con aquellos que no murieron. Y que regresar tiene que ver con un tipo de sobrevivencia que aún no podemos entender bien. El mundo debe seguir con aquellos que, contagiados o no, puedan seguir en el ruedo.

Al menos a las aulas de mi amigo, no habrá regreso, con o sin la vacuna, la decepción tiene un peso mucho mayor que la pandemia.

En Gente cretina lo pude explicar mejor. Quizá hoy lo vuelva a leer y le dé una editada, eliminaré todos los adjetivos que se hayan colado aun estando consciente de no escribirlos.

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