(21/52) sobre mi padre.
- tiene 67 años.
- su mascota es una tlacuache.
- su camioneta es blanca y tiene muchos golpes y el vidrio estrellado.
- su piyama dice U2.
- su mirada está cansada.
- “estoy más viejo” es la frase que más repite.
- quería decir: feliz cumpleaños papá.
Este año no escribí en el cumpleaños de mi papá. Es un ejercicio que hice durante varios años, sólo porque las fechas me importan. En esa distancia rarísima que hay entre él y yo, quería escribir un saludo que no fuera un saludo, un te quiero que fuera más inquietante que un te extraño.
Hace un par de semanas mientras cruzaba la plaza de la República con Alex, le dije que me gustaría que mi papá supiera un poco lo que es mi vida cotidiana, los lugares que conozco, las cosas que veo, lo que me gusta, las calles que transito a diario, etc.
—¿Para qué?, preguntó Ale.
—Mmm no sé.
Y sí, ¿para qué quiero que sepa cómo es mi vida?
No sé. Sólo intuyo que algo se quedó enterrado entre nosotros, que muchas veces lo que escribo sobre él es un intento de recuperar qué se quedó en el pasado que ahora es imposible de verbalizar.
Lo que sea que se perdió impide tener una vida normal en el presente.
A veces pienso que cuando encuentre eso que está ahí enterrado voy a poder resolver muchos enigmas de mi propia vida. Imagino que quizá aquello que encuentre es un juguete, un dulce, un mouse de IBM, algo perdido en el fondo del tiempo y que sólo al encontrarlo y verlo puede regresar a la memoria.
Reconfigurar todo como por arte de magia. ¿Qué deseo de mi padre? Supongamos que es posible, que alguien llega y me dice, tengo en mi poder a tu padre, qué quieres de él. Entonces yo me quedo helada, no sé qué responder. Pero luego la respuesta viene a mi mente:
Quiero desayunar en Edison, abajo de mi casa. Quiero que conozca a Kiki y Panthro, enseñarle la plantita Rosalía que compré en el mercado sobre ruedas. Mostrarle que mi cocina es gigante y soy feliz cuando lavo los trastes ahí, hablarle de cómo Manuela me regaló un dibujo que ella nombró el Primogénito. Y luego salir hacia el Monumento y cruzar por el parque pequeño de Museo de San Carlos. Ir al cajero, caminar hacia la Juárez, comer por ahí. Platicar de cosas que pasan en la ciudad de México. Seguir caminando, pasar al súper, hablar de cosas que se compran en el súper, qué marcas consume él y cuáles yo. Ir al cine, volver a casa, enseñarle mis libros favoritos, salir de nuevo, llevarlo a panamá, platicarle cómo es posible todo eso. Supongo que para entonces se habrá terminado el día, podría quedarse a dormir en panamá. Y luego regresarlo a su vida.
Eso es todo lo que pienso que podría hacer. Me pone triste leer que mis deseos responden a sólo compartir lo que somos en la vida cotidiana. Que algo que parece tan fácil de hacer, es imposible de tener.
En 2018 escribí este texto.