22/52 cambiar el mundo

Idalia Sautto
5 min readJun 29, 2021

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Isolda trabaja en un remolque de esterilización de perros y gatos en la Gustavo A. Madero. Creo que tiene poco más de año y medio con ese empleo. Aunque son tantas las historias que se han acumulado que siento como si llevara veinte años ahí.

Saliendo de su trabajo hace una parada al antirrábico, un lugar que describe como la antesala de la muerte, una cárcel de perros y gatos. Un perro que mordió a alguien y que llevaron ahí, que tiene un expediente de investigación para darle eutanasia; otro perro que vivía con un asesino y vio cómo mataba a toda la familia y a sus demás hermanos perros y como sobreviviente después de que la policía encarcelara a su dueño, lo llevaron a él a dormir. Otro perrito que solo porque sí quisieron abandonar ahí, sin ningún motivo aparente cualquier ciudadano puede ir a dejar perros o gatos que ya no quieran en su hogar. Ese perro se llama Kepler, huele a orines de tanto hacerse sobre sí mismo, de tener tanto miedo que ni siquiera podía moverse de un solo lugar. Isolda lo sacó de ahí a escondidas, por una burocracia de papeles y expedientes está prohibido salvar a estos animales. Kepler lleva una semana viviendo en casa de mi mamá. No pude dejar de ver lo tierno que era. Con tan solo cinco días su semblante ha cambiado, juega, brinca y es como si aquel reciente pasado solo fuera un mal sueño.

Mi hermana invitó a Alex a tomar fotos de los perros, para buscarles hogar y una segunda oportunidad en este mundo. La única culpa que han tenido es ser propiedad de un ser humano que ha decidido su muerte. A los tres días que publicaron las fotos en redes muchos ya tenían un hogar, Isolda fue a recogerlos al antirrábico y encontró las jaulas vacías. Los habían sacrificado ya. ¿Por qué? Preguntó de inmediato. ¿Por qué si yo iba a sacarlos hoy? ¿Por qué si vieron que vendría por ellos? La respuesta fue que era necesario tener las jaulas vacías, matar un perro es evitar las pulgas y garrapatas que se reproducen ahí. Llena de cólera me habló para contarme. Nos merecemos esta pandemia, somos la peor especie.

—¿Por qué mataron a un cachorro que yo me iba a llevar?

—Aquí no somos un refugio. —respondieron.

Me quedo un rato pensando en cómo podrá funcionar la mente de esas personas que han visto que mi hermana tiene palabra, si dice que se lo lleva es porque es cierto. Por qué hacer el esfuerzo de matar un animal que podría irse caminando con ella. No lo entiendo.

Isolda dice que no hay mucho que entender. Son personas que no están sensibilizadas, ven a un perro o a un gato como un número, no como una vida. Ellos quieren limpiar las jaulas vacías y seguir viendo su celular durante siete horas hasta que tengan que salir.

Todo aquel día me quedé perturbada y triste.

¿Qué quieres hacer? ¿Qué puedes hacer? Pensaba en esas preguntas y en la contundencia de actuar de Isolda. Tendríamos que escribir, escribir sobre esta situación. Sensibilizar pero sobre todo sacar a la luz.

¿Cómo se cambia el sistema?

En la carrera de Historia había una materia en donde se analizaban los distintos tipos de revolución desde la francesa hasta las latinoamericanas. La conclusión era triste, una revolución se da si uno está dispuesto a todo, incluso perder la vida. Isolda está dispuesta a perder su empleo. «Si estoy en un mundo en donde salvar la vida de un gato depende de perder mi empleo, pues lo perderé». A las horas de compartir las imágenes el director comienza a chantajearla por whats, «Por tu culpa me estás metiendo en un problema, ¡borra esas fotos! Te pueden demandar a ti por hacer esto». Isolda me enseña los pantallazos y le pregunto qué hará. Seguiré, que me demanden, que me corran, ¿harán todo eso porque quiero salvar la vida de seres vivos que ninguna culpa tienen? Voy a volver a ir, voy a sacar a todos los que pueda. Voy a rescatar a todos los perros y gatos que pueda atender. Buscarles hogar temporal y finalmente colocarlos en familias que les puedan dar amor. Estos perros merecen la mejor calidad de vida después de vivir lo peor que puede ofrecerle un ser humano. Una jaula fría y pestilente.

Me impresiona su coraje. Y me resuena el comienzo de las revoluciones, atender una urgencia para cambiarla, y estar dispuesta a perder en el camino lo que se tenga que perder. Nunca me he levantado para cambiar el mundo, asumo de entrada que ya no se puede cambiar, a veces pienso que si fuera por mí no existiría el voto a la mujer, en el pasado no me hubiera levantado de mi silla, o quizá sí. Pero ante mi nula participación en movimientos sociales, me remueve las entrañas enterarme de la situación tan urgente que viven estos perros y gatos. Me impacata que mi hermana menor lo haga, desde su trinchera, el viernes pasado faltó a su propio trabajo para ir a sacar un perro, bañarlo y ofrecerle un hogar. ¿Se pueden cambiar las estructuras? La respuesta es sí. Sí es posible cambiar, y el cambio comienza desde visibilizar el problema.

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