23/52 julio no pinta bien

Idalia Sautto
6 min readJul 10, 2021

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Nunca había tenido dolor en las rodillas. Mis rodillas son muy genéricas, poco bello, casi nulo, en la secundaria mis calcetas grises llegaban por abajo de ellas. Zaida pintaba un par de ojitos y trompa y se convertía en la cabeza de un elefante. Recuerdo hacer ese dibujo sobre mi rodillas repetidas veces. Luego solo fueron rodillas sin más.

Hoy no aguanto el dolor, vuelvo a tomarlas en cuenta. ¿Por qué duelen tanto? Hace cinco años tuve herpes zóster, acompañado hubo un dolor intenso que tuve a lo largo de todo mi brazo izquierdo. El dolor no se fue del todo, después de casi un año aún seguía teniendo esos pinchazos en los nervios que llaman neuropatía. No sabía que cuando uno está inmundo deprimido los dolores vuelven a tomar fuerza, como si estuvieran siempre ahí pero dormidos, como esas ranas que se pueden casi morir en el lodo pero con el agua vuelven a la vida.

El dolor de cabeza es como si hubiera estado moviendo los ojos hacia arriba y me dolieran los globos oculares. La congestión nasal después de cuatro días es intolerable. Haz más nebulizaciones, me recomienda mi médico. Estoy acostumbrada a enfermarme y curarme rápido.

Por los síntomas que tengo es casi seguro que tenga la variante delta del covid-19. Me sorprende encontrarme tan enferma.

He medido mi saturación en sangre tres veces al día. He tenido que aprender cuáles son los rangos estables y cuáles no. El oxímetro que me prestaron prende una alarma cuando la saturación baja de 90 a 89. El pitido espanta a mis gatos.

La tos llegó como por el quinto día. El quinto día pensé «ya me siento mejor» pero estoy en el día 10 y aún me siento jodida y enferma, casi como el quinto día, como si me hubiera estancado en mi recuperación. Quizá el error está en pensar que es una gripa porque los síntomas son los de una gripa. Y que se puede ir igual de fácil. En el día diez ya no eres contagiosa, me dice Walter. También empiezo a identificar esta sabiduría del rebaño. «En el día ocho me sentí mareado». En el chat de los vecinos hay al menos 5 que están contagiados. A mí los dolores de cabeza son los que me tienen apaleada.

Qué tanto haces para pasar el rato. Me preguntó Abril. Me quedé pensando por unos minutos, responder algo más que simplemente nada, pero la verdad no hago nada. Contrario a cualquier día de mi normalidad, cuando tenía salud, ahora tengo días muy cortos. Llevo diez días despertando sintiendo un peso enorme en la cabeza y en los hombros, la congestión me duele por encima de las cejas, entonces hago un esfuerzo monumental por tomarle la saturación a Alex, quien la está pasando peor que yo, y tiene un concentrador de oxígeno que emite un sonido de burbujeo durante toda la noche. Y luego hago otro esfuerzo igualmente monumental por hacer el desayuno y tomar las medicinas. Luego no me queda más energía y solo me meto en la cama y duermo hasta que otra vez tengo que levantarme a comer y a veces veo algo en netflix, nada complejo, mi novia Polly, por ejemplo.

Y hoy, en mi día diez, continué la bitácora que había comenzado a escribir en los primeros días. No había podido abrir mi celular por más de diez minutos porque el dolor de cabeza me impedía ver la pantalla sin sentir mareo.

Entré a twitter y vi que estaba anunciada la tercera ola de contagios en la Cdmx. Leí que los treintañeros son los más afectados, no sé sabe si porque el virus es más potente, porque aún no se vacunan o porque les ha valido madre. También escucho a la gente del bar Oxford cantar a todo pulmón «déjame vivir» de Juan Gabriel. Gritan a coro: noooooo yo no me resignaré…. Y pienso: ¿no se enferman los demás? Me viene a la mente esas frases de Segismundo en su monólogo sobre el delito de haber nacido: ¿de qué privilegios gozan que yo no tendré jamás? Y en realidad el covid en tiempos de redes sociales y de la vida en semáforo verde me deja pensando que nadie se va a detener por unas miles de muertes más. Me siento como Segismundo en su torre. Observando cómo todo continúa sin que la enfermedad de unos cuantos pueda detener el vaivén de las cosas. La realidad es que si me muero no pasa nada, la vida sigue. Y eso se nota apenas uno empieza a revisar el timeline. El sábado pasado se presentó un libro del primer taller presencial al que fui, tras tomar puros talleres en línea, me emocionó mucho pero me entristeció no terminar, ni lograr ir a la presentación. Vi la foto en el instagram. Mis compañeros con la publicación. Si estuviera muerta igual el taller hubiera seguido, la presentación, también, y todo lo demás. ¿Por qué tendría el mundo que frenar? Me viene el lugar común a la mente «porque ningún ser humano es una isla», «porque doblan por ti las campanas», porque si estoy enferma es porque allá afuera sigue una pandemia.

Eso de que la vida siga es muy capitalista, dijo Abril cuando le conté que presenté el libro de Liz ya sintiéndome muy mal. El miércoles 31 de junio me dieron los resultados de positivo, me pareció muy mal tino no estar en la presentación del libro de mi amiga. Le conté que cuando murió Whitney Houston no supieron si hacer la entrega de los Grammys, murió en el hotel sede por la mañana del día del evento. The show must go on, dijo su manager. Y sí, se llevó a cabo la gala y fin. Y sí es muy capitalista.

Siento que frente a la tercera ola de Covid en nuestro país, el gobierno dice: the show must go on. También lo hacen todos los chilangos. Que sobreviva el más apto.

Por las noches tardo un rato en conciliar el sueño, el concentrador de oxígeno que usa Alex por las madrugadas tiene un motor y hace que el agua esté en constante movimiento. La luz azul resplandece en nuestras persianas blancas. ¿En qué momento me vine a enfermar y a contagiar a quien más amo? ¿Cuándo termina esta pesadilla? ¿Qué día volveré a sentirme bien? ¿Cuándo dejan de doler las rodillas?

En medio de una pandemia, nadie tiene la culpa. Me repito. Los primeros días sólo pensaba en dónde o quién pudo contagiarme. Ahorita ya da igual. En cualquier lado. La lluvia que me cayó de regreso a mi estudio me enfermó. Si no existiera el Covid esa hubiera sido mi única referencia de caer enferma.

Volviendo a la pregunta qué tanto haces… no hago nada, solo me quedo largo rato pensando en silencio. Pienso en los viejos lesbianos del Oxford, que seguramente no se enfermaran nunca, veo a mis gatos dormitar, me quedo dormida, despierto y ya no hay tiempo, solo una enfermedad que mitigar con medicamentos paliativos que atacan los síntomas pero no el virus.

«Paciencia, Idalia, dice mi médico, un día a la vez»

Me escribe Mariano, me pregunta si necesito algo. Pienso en que hace apenas tres semanas pasaba los viernes en mi estudio, regando las plantas, tomando unas chelas, viendo a Mariano ver el fut con sus audífonos puestos. Hablando de cualquier cosa. Extraño mi vida cotidiana. ¿Necesitas algo? Vuelvo a leer la pregunta. Necesito que sí importe que esté viva. Recuperarme tiene que ver con reconstruir otra vez quién soy. Y a veces, como hoy, no sé bien quién soy y después de darle muchos rodeos a la pregunta cómo me siento, tampoco sé quién seré cuando esto termine.

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