27/52 familia
Hace una semana, junto con Alex y Mariano, fuimos al estudio Gold Rain en la ciudad de Querétaro. El lugar y la atmósfera que lo rodea es un viaje al pasado. La imprenta está en un segundo piso de un local bastante grande adentro de una plaza noventera que durante nuestra estancia le apodamos Zapamundi. Ahí nos dimos a la tarea de imprimir un fanzine y dos libros. Oswaldo nos estuvo enseñando los proyectos que estuvo haciendo durante la pandemia. Fue tan generoso que no solo nos brindó su estudio como casa sino su amistad, su experiencia haciendo fanzines, su conocimiento en los acabados finales que hace en sus libros y todo lo que ha aprendido en workshops. Nos explicó sus propios procesos de impresión y nos llevó a echar unas cervezas a un espacio cultural con librería y cine al aire libre.
Conocí a Oswaldo en una feria de libro en Querétaro hace cuatro años. Después nos habíamos topado ocasionalmente en otras ferias, pero fue hasta diciembre de 2019 que realmente conocí más su trabajo, estuve en su estudio y me entusiasmaron los proyectos que estaba realizando en la galería de arte que lidera en el mismo espacio en donde tiene sus dos impresoras riso.
Me sorprende que en medio de la contingencia sanitaria, estudios como el de Oswaldo busquen seguir abiertos y hagan producciones contra todo pronóstico. Estar en Gold Rain me llenó de esperanza. Tengo que estar haciendo las cosas bien para estar aquí y ahora, pensé. Cada minuto allá fue de ganancia. Emocionalmente necesitaba una inmersión en los elementos que me configuran: imprenta, edición y amigos.
Después de tres días de estar más de diez horas conviviendo con él y con mi propio equipo, me quedó una resaca de felicidad. Me gusta llamarle así porque los siguientes días estuve nostálgica y un poco senti… Una y otra vez volvía al libro impreso a 6 tintas, “Familia”. Un caballo en la portada, un perro en la portadilla, una planta que podría ser el árbol de un aguacate y luego otro perro, más blanco que el anterior, después vemos al papá de Oswaldo, un señor con bigote trabajando la tierra, en la siguiente página un perro mirando directo a la cámara seguido de una señora sonriendo, la madre de Oswaldo. Después pasto, nopaleras, árboles, un horizonte abierto. Terminaba de observar las fotografías y regresaba de nuevo. Recordaba a Oswaldo, platicar de cómo se encuentra con su padre algunos fines de semana, en un lugar que aún no tiene nombre, que está entre dos pueblos, pero ellos están en medio de todo y ahí no pertenecen a ninguno de esos pueblos, tampoco queda tan cerca la ciudad de Querétaro. Entonces Familia está recreado en ese lugar que es su casa pero que también es un territorio sin nombrary que su familia decide llamarle hogar, casa.
¿Y qué es lo que te conmueve de ese libro? preguntó S. Quizá la armonía con la que se presenta su familia y cómo habita un contexto muy específico: el campo. Naturaleza, caballos, perros y vida cotidiana. Pero en todos los personajes hay un lugar que los hace coexistir amablemente. Oswaldo los reúne en ese libro, pero es como un paso natural y eso se siente en cada página, todo está en el lugar correcto. Y me interpela porque después pienso: ¿cómo sería un libro sobre mi familia?, ¿cómo estarían acomodadas las piezas que configuran el territorio en donde se encuentra mi propia familia?
Y no encuentro la respuesta. A veces la siento dispersa. Mucho más auditiva que visual. Una familia que se presenta más en el chat de whatsapp que en una fotografía.
El último día, Oswaldo hizo tres paquetes diferentes, con regalos para cada uno. Me conmovió mucho este final. Espacios y encuentros como este fueron los que la pandamia nos arrebató, sin más. Pero ahora está en mí encontrarlos, hackear la matrix, moverme de lugar, volver y hacer familia con las personas que me rodean y que quiero y me quieren. Qué gratificante es hacer libros, pero más encontrar cómplices con quien hacerlos.
