29/52 el otro tiempo
El tiempo basura definido por Hito Steyerl es el tiempo que perdemos en hacer cosas pocas productivas o vacuas. Como mirar más de diez veces cómo le untan un globo a un gato y por mera fricción el globo se queda pegado a su lomo y el gatito sigue caminando con un globo pegado, o ver detenidamente que alguien hace una serigrafía de colores, o que un estilista corta el cabello o simplemente ver pasar historias en el instagram. Mi última cuenta favorita de la pandemia es la del jabón la corona. Imágenes de las máquinas embolsando el jabón roma, placas de metal que imprimen el nombre de Zote al jabón y las dinámicas del copy de esa cuenta en donde suben fondos de pantalla con los productos de jabón, encuestas sobre la historia de los detergentes, concursos de fotografías domésticas. Llevar lo más cotidiano de nuestras vidas como lavar trastes o ropa al feed. Qué genios. El tiempo basura también pasa cuando uno espera, cuando por ejemplo, hoy, espero mi turno en el banco e intento sacar una reposición de un plástico. Usar el tiempo basura para ponerme a escribir es mi nuevo reto. De alguna manera escribir mientras aparentemente no pasa nada es como tener una devolución del tiempo perdido.
El domingo vi la película El sonido del metal. La historia de un chico que toca noise con su chica y que de un día a otro pierde la audición. Queda completamente sordo. Una comunidad de sordos lo adoptan y le enseñan el mundo. Pero él solo quiere aferrarse a su vida pasada, a otra realidad que no volverá. Se someté a una operación y defrauda la confianza de la comunidad en la que estuvo viviendo. Sale y busca a su novia, pero ella también ya cambió. Se da cuenta que tiene que optar por aceptar su propia sordera. “La sordera no es un hándicap para nosotros”, le dice su tutor. Con lenguaje de señas lo corre, debe irse porque rompió el pacto que los vincula.
Por la mañana me escribió mi madre. Me contó lo que hacía un rato había escuchado, la tercera ola sigue subiendo. Cada vez más contagios, cada vez más muertos. Pienso que me enfermé en el comienzo de la tercera ola. Y que ahora escuchar las noticias me ponen la piel de gallina. Pienso que la pandemia no es un hándicap en nuestras vidas, es otra manera de estar en el mundo. El virus no me mató, sigo con vida y al final hay que seguir, con las nuevas rutas que se puedan trazar.
El viernes pasado por fin retomamos nuestras reuniones de pintura. Y comenzamos a planear otro libro, a imaginar y a tirar diferentes historias que se vinculan a una sola. Una calle, un personaje, una ruta. Liz sigue con tos. Recordé que la tos me siguió durante varias semanas después de recuperarme. Un día desapareció. También dejé de sentirme cansada. La migraña también cedió. Hoy me siento normal. Ayer también. La salud volvió cuando menos la esperaba.
Me di cuenta que no estoy tolerando el café. Tampoco desvelarme. Platico con mi madre y la escucho triste. Por fin ha nombrado aquello que todo mundo repite que es temporal. No ir a la UNAM es un duelo. ¿Cuándo regresaremos? Le respondo que no hay una respuesta para eso, solo tiene que darse cuenta que su vida es otra, y será otra. Quizá nunca, quizá en seis meses o un año, pero lo importante es que ella está viva y que puede crear un espacio dentro de su casa. Me cuenta que han muerto 4 profesores de su facultad. No tengo nada qué decirle para reconfortarla. Pienso que podemos aferrarnos a la idea del mundo que dejamos o adaptarnos al que tenemos enfrente. Elegir la sordera que nos tocó vivir y aprender otra vez a entender el mundo.
Qué raros tiempos, le dije a mi mamá. En la carrera de historia decir esto es un lugar común, cualquier historicista diría que no existe un tiempo raro, pero se siente el cambio, lo radical que ha sido vivir una pandemia, como si de la nada hubiera surgido, a veces cuesta trabajo pensar que no es un evento aislado. En este año mi tiempo ha mutado, me siento diferente frente las cosas.
Como hoy, encontrar el tiempo en el lugar menos pensado. En el banco me hacen esperar afuera de la sucursal. El Santander está justo en la glorieta de Colón, en donde ya no está la escultura, pero hay unas bancas. Me pongo en el sol para que mi cabello se pueda secar. La verdad prefiero esperar en una banca tomando el sol y escribiendo en mi celular que estar en una fila. La señorita sale a la puerta y me hace una seña para que entre. Sí, es una manera peculiar de venir al banco a hacer trámites.