[3] 1/52: una cesta de jai alai
Es primero de enero y camino sobre plaza de la República. El viento sopla tan fuerte que la señora que está barriendo se queda un momento paralizada, sólo observa cómo todo lo que tenía en su recogedor se torna un remolino de hojas y basura. Si no trajera lentes oscuros todo ese polvo estaría cayendo directo sobre mis ojos. Alzo la vista y veo que en las palmeras viven los mismos pájaros que habitan el parque papagayo en Acapulco. Hace seis meses paseando con el Negro vimos una exposición de boxeo en la casa de seguros Afirme que está a un costado del Monumento. Entramos y había trajes de los campeones y campeonas mundiales en el box, guantes y sacos para golpear. Mientras subíamos las escaleras había un apartado con la nomenclatura de los golpes y movimientos: jab, hook, uppercut, bloqueo, slip y duck. El Negro me enseñó cómo hacer sombra, a colocar los puños y tirar. Luego estuvo tirando golpes continuos en un pequeño saco de box que estaba expuesto. Pensé que por ser exposición llegarían a regañarlo, pero no pasó nada, al parecer sí era un saco interactivo con el espectador. La exposición daba mucho qué desear porque no tenía un discurso específico, era un vertedero de objetos y fotografías que como pudieron organizaron en cronología y combinaban frases motivacionales que, dentro de ese contexto, no aportaban gran cosa.
El negro es un boxeador de closet. A mí poco o nada me interesaba el box hasta que me contó la biografía de Muhammad Alí y cómo fue que ganó dando un golpe con la derecha, su discurso, su vida como desertor de la guerra de Vietnam, etcétera. Me quedo de pie frente a la casa de seguros, como esperando que hubiera otra exposición o algo, pero no pasa nada.
Ya es enero, el mes más aburrido de todos, además hace un viento impresionante, como si de verdad el mundo tuviera conciencia de su vejez y entendiera que hoy es 1ero de enero, ese acuerdo gregoriano que seguimos al pie de la letra desde el Concilio de Trento. Pensé en el box. En saber dar un golpe, en la necesidad de comprender los movimientos del adversario. Para mí 2020 es estar sobre el ring. Moverme en sombra y contra un enemigo fantasma. Porque sería aburrido pensar que por delante solo hay tiempo y nada más. Estoy adelante y en guardia, reflexiono sobre cada paso firme, tomar decisiones sigue siendo un deporte extremo.
Mi abuelo amaba el Jai Alai. Eso deseo en este año 2020: ver la serie completa, apostar, divertirme, perder con los azules, ganar con los azules, perder con los rojos y ganar también. Ayer le regalé a Abril un llavero con un plátano, cuando mi abuela lo vio dijo: pensé que era una cesta de Jai Alai, Sergio trajó una colgada en su carro durante muchos años.
Quizá si mi abuela no hubiera visto esa similitud no lo hubiera recordado, no hubiera tocado ese recuerdo tan cotidiano y casi de la nada traerlo de vuelta, verbalizarlo. Desde que mi abuelo murió todas las piezas ajenas a mi recuerdo son una aportación a ese rompecabezas que fue su vida. Sabía que era amante del Jai Alai, pero no sabía que tenía una cestilla colgada en el espejo retrovisor de su Atlantic rojo.
Un jab directo a la memoria. Tanto los seguros como el Frontón dan directo a la misma plaza de la República. En esa misma geografía hace cuarenta años mi abuelo estaba apostando dinero en el Jai Alai. Ahora quiero tirar dos apuestas al aire: una a la aseguradora y otra a la cesta rápida de los pelotaris.
Que siga el combate.