32/52 Babylon
Un día, al salir de bañarme, las dos bocinas gigantes noventeras que Alex cuida celosamente en nuestra sala retumbaban los instrumentos de viento de la banda sonora de Babylon. Estaba sorprendida por el volumen y por lo enloquecedor que sonaba. Alex me contó que quería ver la película en el cine y no recuerdo por qué no sucedió pero la terminamos viendo en Netflix.
Esa letanía hiponitizante de fiesta entró a nuestro loop y cuando por fin vimos la película apenas podía dar crédito de lo magistral que fue retratada una época muy específica de la historia del cine, la que enseña la parte rudimentaria con la que se estaba trabajando en Hollywood. El desierto, el sol a plomo, las películas, la poca conectividad, lo mecánico que resultaba grabar ciertas secuencias, la cantidad de drogas que llegaban al set, las improvisaciones de los actores, la crítica de cine… todo el combo, con todos los matices que pueden tener, es agradable de ver. Creo que hay algunas escenas que por sí mismas pueden vivir sin la película. Y si existe un género de películas reflexionando sobre películas, ésta es una de ellas, una peli que habla de cómo se hacían las películas y de cómo la industria cambió y solo aquellos que lograron evolucionar pudieron dar el salto.
Recuerdo cuando a finales del noventa comenzó a hacerse más común el correo electrónico. Babylon retrata algo así pero en el cine, aquellos que dijeron, no, gracias, no tendré e-mail, fueron los que se sepultaron en una época, los que dijeron sí voy a tener e-mail y todo lo que después se desprenda de esa máquina… viven en esta realidad. En Babylon entra el sonido a las películas, entran las bandas sonoras a tocar en vivo. Todo aquello que parecía relegado para el mundo real comienza a entrar también en la ficción.
Mi abuela odia el Whatsapp. Lo detesta, no pudo subirse a la era de los mensajes instantáneos y le desespera mucho que algunas otras señoras de su edad lo usen con tanta facilidad y se manden cadenas y memes. Una vez me acusó de haber borrado su app. Le dije que seguro era un error, pero lo dijo con tanta seguridad que me espantó. ¿La borré? ¿Por qué haría algo así?
Obviamente ahí estaba escondido en una carpeta. Pero me di cuenta del deseo que tenía de borrar la app y como no lo consiguió, y no sólo no lo consiguió es un app que se puede volver a instalar cuando ella la borra. Mi abuela decidió ignorar el Whats, al que le dice “el Wash”, como Brad Pitt ignorando que su época se acabó, sólo que mi abuela no tiene una crítica de la tecnología que le eché un speach sobre cómo el mundo en el que vivía cada vez es más obsoleto.
Disfruté mucho está ruptura de la modernidad a la “otra” modernidad, del cine mudo al cine sonoro. De algunas manera siempre vivimos rupturas tecnológicas, algunas más palpables que otras, en cada momento histórico existen estos personajes que describía Foucault de la nueva modernidad, “locos” o “quijotes de la mancha” que deciden no entrar al nuevo juego, a las nuevas epistemes, personajes atrapados en dos mundos.
Es triste y hermoso a la vez, verlos retratados. Hacer conciencia de que un mundo está muerto, y de que cada que vemos una película vieja, aunque no sea necesariamente muda, como las de Cantinflas por ejemplo, ya nadie de ese set, ni actores, ni extras, ni productores están con vida, ya todos murieron, como mueren sus formas de hacer las cosas y ese espacio a su alrededor, también está muerto.
En Babylon eso se está anunciando, esto va a morir, sálvese quién pueda.