32/52 el otro Cedro

Idalia Sautto
4 min readAug 27, 2020

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Manuela me compartió esta imagen para su podcast.

En la era del Covid tengo más pretextos para no escribir que los que tenía cuando salía y venía de un lado a otro. Supongo que estar tanto tiempo en casa me hace combinar los tiempos de la escritura con los tiempos del trabajo. Ahora mismo estoy en mi nuevo estudio en la calle de Cedro. Si tuviera un nombre supongo que sería el mismo de la calle. La taquería de la esquina se llama Cedro, la tiendita de dulces se llama Cedro y todos los negocios tienen ese nombre. Primero pensé uf, qué originalidad… pero la verdad es un lindo nombre.

En octubre del año pasado cuando todavía existía el espacio Panamá, nos regalaron, a Abril y a mí, un bonsai, el bonsai también es un cedro del Líbano. No lo llevé al estudio de la Santa María, lo tengo en mi casa y ha crecido bastante para ser un bonsai. Retoñó y se puso verde. Muchas veces creí que se secaría, pero me alegra su felicidad y su nuevo aire.

Este semestre decidí no dar clases en línea. Cuando me conecto a una reunión de zoom me siento hiperexpuesta a una mirada que no logro descifrar porque se combina con pantallas en negro. El abismo de esa no-mirada me pone ansiosa. Quién realmente me está escuchando y quién solo está ahí para cumplir con una cuota.

El lunes el mundo regresó a clases desde su hogar. Mi mamá conectó dos monitores a su computadora, una para sus materiales y otra para el video. Vi a Poi en el Canal de Panamá con un pizarrón blanco atrás, nos contó que sabe leer el comportamiento de las personas a través de la computadora, sabe si está leyendo otra cosa o si está poniendo atención. El jefe de la agencia toma las reuniones en el cuarto de su hijo porque decidió cederle su estudio y su escritorio. Ahora su fondo es el cuarto de un niño de 12 años, juguetes y cosas propias de un cuarto infantil.

Desde hace un mes empecé el segundo curso de latín. Vemos la tercera declinación, mare, maris, mari, mare, mare, mari. Intento hacer mis tablas y tenerlas a la vista. Repasar las terminaciones. Lograr entender los lugares de las frases. Esos güeyes escribían con cincel obviamente necesitaban una economía del lenguaje. Intento en la medida de lo posible ir al estudio a tomar mi clase. Sentir que me desplazo a un lugar para encontrarme con alguien más.

El estudio está en la Santa María. Me gusta descubrir el nuevo barrio, los lugares para comer, aunque sea servicio para llevar son excelentes, la colonia tiene todo: cafeterías, cocinas económicas, talleres de costura, reparación de zapatos, taller de serigrafía, tienda de plantas y macetas, panaderías de chino y de pan integral, billares (cerrados ahora), heladerías y montón de fonditas. Frente al estudio hay una tienda de abarrotes con maquinitas para jugar. La música de las maquinitas llega hasta el estudio. Incluso cuando el sonido de la lluvia es intenso se siguen escuchando. Me gusta que llueva afuera, eso siempre me ha gustado. También hoy descubrí que las plantas han crecido bastante. Les da más el sol así que están más verdes.

Walter se hizo mi amigo por la pandemia. Es mi vecino y su patio colinda con mi ventana. Comenzamos a platicar de un piso a otro. Y en los últimos meses cada vez lo siento más cercano. Tiene un gran sentido del humor, así que la pasó muy bien con él. Ayer nos fuimos al estudio en bici y sentí que estaba en otra temporada de mi vida.

Creerás que nunca he venido a ese mercado, me dijo cuando pasamos frente al mercado de San Cosme, yo sí, hace muy poco, recién me mudé de estudio a la Santa María. Es una gran colonia, tiene muchos árboles y la calle de Cedro tiene ciclovía.

Llegamos y comencé a hacer mi tarea, siempre media hora antes de que empiece la clase.

¿Por qué estudias una lengua muerta? me preguntó Walter.

Al principio siempre me llamó la atención, desde la Facultad, pero ahora es más bien un aprendizaje del mismo español desde otro lugar, como aprender a leer una radiografía del cuerpo.

Walter estuvo trabajando en un escritorio y yo en el otro. Recordé la primera vez que Abril y yo chambeamos juntas en el estudio del centro. Recordé que pegamos una cartulina con el mes de mayo y actividades detrás de la puerta que nunca cambiamos. Trabajar junto a alguien que te cae muy bien es calidad de vida. Cuando trabajas con alguien más nacen nuevas ideas.

Walter abrió las dos ventanas, en estos meses yo solo había abierto una. Las copas de los árboles parecían entrar. La lluvia salpicaba a las plantas. Y el dinosaurio de plástico tuvo su primer baño. Después, cuando la lluvia cesó, subimos a la terraza de la azotea y estuvimos viendo las nubes y la luna. Eso parece un clarinete, eso parece un ovni, y allá hay una bruja montada en una escoba, y eso parece un viejito, ahora parece una mujer. Ese es mi perro con su pecherita. Ese parece un perfil de una luna con nariz y boca.

Escuchamos radio nostalgia, una estación de Londres que es como el fonógrafo y dijimos estamos en el mejor lugar del mundo. Imagínate que tengo un sombrero de los años cincuenta. Imagínate que yo tengo un vestido largo. En muy pocas horas parecía que estábamos en otro lugar del mundo.

Regresar a casa nos tomó 10 minutos, pero cambiar de ambiente y de lugar de trabajo hizo que el día fuera un regreso feliz a clases.

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