33/52 Prohibido llorar
El lunes soñé que me robaba un pastel imposible de esos que tienen una parte de flan y otra de pastel de chocolate. El martes apenas y pude dormir. El miércoles tuve sueño todo el día y aunque no dormí ninguna siesta me sentía un poco desfasada, sin ánimo. El jueves después de una larga jornada de impresión en Cedro, mi vecino me contó que durante el viaje a Oaxaca había ido la dueña a cobrar la renta de 4 meses. Me quedé de una pieza. ¿Cómo es posible? Eran cerca de las once de la noche y creí muy imprudente escribirle a esa hora a la dueña. Dormí fatal pensando que todas mis seguridades estaban sobre una línea delgada a punto de caer. El mismo viernes le marqué a la dueña para comentarle que he pagado puntualmente la renta a la persona titular, un amigo de confianza con quien había tenido tratos de esta naturaleza desde antes de la pandemia.
La madrugada del sábado desperté a las 3 de la mañana y pensé que no podía conciliar más el sueño. Supongo que tengo que escribir al respecto. En un ensayo que leí sobre abuso, una mujer relata cómo entró a una ONG en donde atendían adolescentes que sufrieron algún tipo de abuso doméstico, su trabajo era relatar lo que le había sucedido a ella y después cómo había elaborado ese maltrato y sobrevivido en su vida. Al cabo de cinco años de contar su historia se dio cuenta que le parecía aburrida, que aunque era muy terrible lo que contaba ahí por fin había logrado separarse de esa historia, de alguna manera “la había superado”.
El viernes conté la misma historia unas seis veces. Desde el principio cuando salimos de Cedro el jueves por la noche y mi vecino venía entrando con su bici, nos saludó y nos comentó a Mariano, Alex y a mí que la dueña estaba enojada y que había ido a cobrar las rentas atrasadas, no dijo cuatro rentas, de eso me enteré después cuando hablé con la dueña. En ese instante le escribí a mi amigo, la persona con la que entré a compartir el estudio, le contaba la situación y cómo me estaba afectando sobre todo porque yo no debía nada. Me dejó en visto. Dos palomitas azules.
Al día siguiente la historia continuaba. ¿Pagaría la deuda? La dueña dijo que tocaba desalojar si no se pagaba la deuda. Yo le mandé los recibos de pago. Me sentía ultrajada. Basicamente eso califica como robo. Hablé con ella y me escuchó. Hablamos de la génesis del estudio, de la pandemia, de los cambios, hablamos durante casi una hora. No sé quién necesitaba más hablar si ella o yo, o ambas. Después dijo: esa persona no es tu amigo, a mí me debe renta pero a ti te robó tu dinero. Y al final a las dos nos vio la cara.
La frase “esa persona no es tu amigo” me quedó resonando en la cabeza como un golpe. Por la tarde mi examigo pasó al estudio. Me sorprendió que usó la llave para entrar, sin saber que yo estaba dentro y que yo ya había hablado con la dueña, sin saber que la puerta estaba abierta, entonces cerró, luego abrió y me encontró ahí. La dueña le dijo: he hablado con Idalia y me ha enseñado los comprobantes de pago. Mi examigo sacó un fajo de billetes de 500 pesos y los extendió a la dueña. Aquí está el dinero. Les debo explicaciones y se las voy a dar.
Luego pienso si realmente son necesarias todas esas explicaciones. El examigo dijo: “nada de esto es una excusa”. Y supuse que era una denegación, ¿qué más puede ser si es necesario decirla? Me sentía muy incómoda. De reojo veía la cara de la dueña. Mi examigo tenía las manos pálidas y temblorosas. ¿Cómo es posible hacer algo así sin esperar consecuencias? Y luego pensé, ¿qué estoy sintiendo? Me siento incómoda, quiero que se vaya. La casera dijo: ¿te puedes salir del departamento? Y entonces se salió. Se quedó conmigo y me negó con la cabeza. Me dijo otra vez la frase que ya me había dicho por teléfono: él no es tu amigo, pero te corresponde a ti hablar con él, ese ya no es mi problema. Si tú quieres conservar el estudio podemos hacer un contrato nuevo porque hoy queda rescindido el contrato con él.
¿Qué haría Nathan Fielder en mi lugar? Siento que para tener la conversación que tuve con mi amigo en su proceso a examigo necesitaba una suerte de ensayo.
Si hubiera existido el ensayo quizá en el primer escenario todo sale mal: mi amigo al que le he pagado la renta de mi estudio no vuelve a responder el celular y se queda con el dinero que le he dado y que no ha pagado. La casera me desaloja un día sin previo aviso. Los papeles impresos en Berenice vuelan por toda la calle. Se mojan cuando comienza a llover a las cinco. Yo le hablo al señor Israel que tiene siempre frases motivadoras en su whats app y que ha mudado mi biblioteca de lugar cuatro veces. El señor Israel responde rápido y dice que llega en 40 minutos. Yo lo espero sentada en la banqueta mientras comienza a llover y veo cómo se mojan los 54 tomos de la colección Great Books of the Western Worlds que me he negado a donar o a vender.
En el segundo escenario las cosas salen más o menos bien. La casera me dice que el monto total de la deuda es de 9,400 pesos y que dadas las circunstancias del contrato que no está a mi nombre la única posibilidad de que yo me quede es liquidando la deuda y después elaborando un nuevo contrato. Pienso por un momento si será bueno asumir esa deuda que no me corresponde solo por la posibilidad de salvar el lugar, el estudio, el lugar que me hace sentir que las cosas están marchando bien.
La dueña resulta ser una persona comprensiva que facilita las cosas. Pero las facilita porque está abierta a escucharme. En el escenario tres la casera repite nuevamente: esa persona que está allá afuera no es tu amigo. Tú podrás hacer lo que quieras en la relación que tienes con él, pero yo hoy voy a rescindir su contrato. Me quedo helada. Esta persona que apenas conozco parece saber más de la relación entre mi amigo y yo que yo misma.
Cuando él entra y se sienta en la silla, en donde Mariano pone su mochila, lo veo a los ojos, se da cuenta que su espalda choca con la repisa, esa silla nunca está ahí para que alguien se siente, entonces se levanta y la arrima hacia donde estoy yo. Lo veo a los ojos y le digo la verdad: te he dado el dinero de todos estos meses sin ningún retraso y tú no has pagado nada. Él responde: es cierto y estuvo mal.
La dueña le dice “salte por favor del departamento”. Luego voltea hacia mí: ¿quieres hacer un contrato para septiembre? Asiento con la cabeza. Me pregunta si yo de verdad estoy interesada en seguir rentando. Asiento con la cabeza. Le digo si quiere ver todo el lugar para que compruebe que está en perfectas condiciones, me dice que no es necesario, que los demás inquilinos se expresan muy bien de mí. “Es un ambiente muy amistoso los que viven aquí… todos tienen más de veinte años… hay pocos nuevos”. Le regalo dos libros de la editorial como prueba de que soy una buena persona y que pese a que todo parece que estuvo mal ahí, todo podría estar bien.
Sonrío, ella también me sonríe. Me dice que se tiene que ir. Al abrir la puerta está aún ahí mi examigo. Me pide pasar para poder hablar.
En ese momento me fue imposible dejar de sentir y solo actuar. Me subía el enojo a las orejas pero muy pocas ganas de expresar mi rabia, pocas ganas de gritarle, de reclamarle. Entonces le ofrecí un vaso con agua. Fui a la cocina y él habló. Esperé a que terminara su narración y solo pude decirle que me había lastimado y que me sentía muy incómoda con todo lo que pasó, que no era necesario pasar por algo así. Estuve una noche pensando que quizá no aparecería más con las rentas y que la dueña terminaría desalojando mi estudio y estaba en el derecho de hacerlo, estaba en su derecho de terminar el contrato y sacarme aunque le pagara el adeudo.
En realidad él hubiera necesitado hacer un ensayo para enfrentar algo así. En el primer escenario él entra y se sienta y me dice que tiene una depresión crónica, que su hermana se está muriendo y que lo han asaltado dos veces. Le han robado todo su dinero y ahí parte de la renta. En el segundo escenario dice que está mal fisicamente, el covid que tuvo lo dañó de las neuronas, tiene problemas de memoria, cuando conoce a alguien nuevo y le dicen su nombre a los cinco minutos ha olvidado el nombre, le tiemblan las manos. En el tercer escenario dice que entiende si no le vuelvo a hablar pero que lo único que me pide es secrecía, que por favor no le cuente a nadie lo que está pasando ahí. Que no quiere que nadie se entere que está en esa situación. En el cuarto escenario me dice todo lo anterior, viendo al piso, sin lograr verme a los ojos. Repite todo lo que sucedió desde octubre de 2021 que comenzó la deuda hasta agosto de 2022. Luego me pide repetidamente que no diga nada, la palabra secrecía la enuncia al menos cuatro veces.
¿Por qué después de lo que él acaba de hacer, como quedarse la renta de varios meses, estar retrasados con los pagos, vivir la posibilidad del desalojo de mis cosas, por qué después de tantas daños, soy yo la que debe mantener todo en secreto, no contárselo a nadie?, ¿por qué tendría que además de vivir un pequeño infierno mantenerlo en secreto? ¿En secreto para quién?
Cuando se termina la plática, decide irse, yo aprovecho para darle cosas que había dejado en el estudio desde hacía más de un año. Las mete a una mochila. Y veo que sus manos siguen temblando. Le abro la puerta de la entrada y se va. No sé si quiero llorar o sentirme liberada o simplemente no pensar más en eso. Pero aún me siento incómoda. Subo y me quedo viendo a la ventana. Hemos pegado una serie de frases impresas en el dymo. Muerte al estado. Que chingue su madre el América. Área de composta. Y por encima de la puerta la frase: prohibido llorar. Me siento y abro mi compu.
En el borrador leo que lo primero que había escrito es sobre el pastel imposible. Había comenzado a escribir sobre sueños porque he tenido una serie de sueños extraños como lo de robarme un pastel. ¿Por qué me robaba un imposible?
El sábado me sentí con la necesidad de contar de nuevo la historia. Le dije a Mariano que tendría que relatar de nuevo todo, como si no lo hubiera escuchado, como la señora que trabajaba en la ONG. Se rió y me dijo bueno, pues dale. Pero no lo hice, me dio pena. Solo agregué algo que no había dicho en la primera versión, mi examigo tenía un olor a humedad. Eso me provocaba hacerme a un lado. Pienso en cuántas veces debo contar esta historia para que salga de mi sistema. El sábado conté la historia cerca de seis veces. Primero a mi mamá, luego a Alex y a Mariano que no sabían el descenlace, después a Abril, Manuel, Isolda y Walter. Cada vez sentía que la historia se diluía un poco más, menos detalles, más concisa.
La historia al final quedó en la deuda de varios meses de rentas, mi examigo las pagó en efectivo, se disculpó, dijo que lo habían robado, le quitaron el contrato, me dieron el contrato a mí. Le pregunté por qué había hecho algo así, dijo que cuando tiene una crisis es su manera de actuar. Me daban ganas de agarrar la tabla de corte y darle un golpe en la cabeza, como cuando el rey León solo tiene como respuesta hakuna matata y Rafiki le da un golpe para que sepa que el presente está ahí en ese golpe e impedir que se evada. Pero no lo hice. La renta subió 115 pesos. Terminé en el mejor de los mundos posibles, tendré el estudio y todo seguirá mejor. Yo seré la titular. La dueña ahora sabe que esa persona dejó de ser mi amigo, está fuera ya del estudio, de Cedro, de la vivienda de Berenice, de la morada de la pitzi y de mi vida. Mute, bloquear, unfollow. Prohibido llorar. Fin.