34/52 angustia
Es muy difícil identificar un episodio de angustia. Siempre me toma por sorpresa, en el momento menos esperado, estando en plena jornada laboral, doce y media de la tarde, abriendo una bolsa de café, amarrando con un listón una bolsa, de pronto, ya estoy en ese lugar. No hay un fenómeno previo que me prepare ante la angustia, como sucede con algunos epilépticos o con algunos casos de migraña. En mi caso, la angustia viene de un momento a otro, aparece. Pero es más fuerte cuando uno de mis ojos comienza a temblar. Ese síntoma es inconfundible. Generalmente cierro los ojos y respiro profundo. No hay nada qué hacer. He aprendido a no luchar con la angustia. Debo transitarla y acostumbrarme a que no se irá pronto. Que quizá me dure una o dos horas o solo veinte minutos. Quién sabe.
Recuerdo una película de la segunda guerra mundial, en donde las alarmas sonaban a cada rato anunciando los bombardeos a los pequeños pueblitos polacos. Entonces la gente se alistaba y salía y se escondía en unos refugios bajo tierra. Eran momentos de angustia porque las alarmas después de sonar se quedaban en silencio y entonces se escuchaban los aviones pasar, y a veces sí caían bombas y a veces solo pasaban de largo. Pero las personas tenían que quedarse ahí, esperando, respirando esa angustia de sobrevivir y quizá ver todo destruido al volver.
Cuando recuerdo esa escena de las personas esperando en silencio, me siento estúpida, no me viene otra palabra para describir cómo me siento yo, en esa angustia que proviene casi de la nada mientras sostengo una bolsita de café. Respiro profundo y pienso que tenía ya muchos meses, quizá hasta un año sin sentir eso. ¿Qué fue lo que cambió?
Termino de hacer el café y me siento frente a la computadora. Ayer me traje mi oráculo de los colores y verlo a un lado de mi compu me reconfortó. Tomé el mazo sobre mis manos y estuve un rato barajeando. No fue una sorpresa cuando salió la carta de la angustia. “Concéntrate en lo que es ahora y no en un futuro que todavía no es y que no sabes cómo será”. Mi abuela tiene una tarjeta pegada en la entrada de su baño, es una suerte de mantra que repiten en las sesiones de doble A, mi abuela no es doble A pero fue hija de alcohólico y mucho tiempo fue a los grupos de familiares de alcohólicos. Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia.
Qué curioso que sea algo que venga a mi mente cuando siento angustia. Siempre he pensado que al crecer en una familia atea no me dieron la posibilidad de rezar. He tenido que encontrar mi energía protectora en otros rituales, en cartas, en colores, en botones rojos, en aretes de oro, solo para sentirme a salvo, para encontrar la serenidad. Voy a la ventana y veo que hace un cielo azulísimo. Hoy entra el otoño. No debería de preocuparme nada más.