35/52 centro
Cuando me mudé al centro me separé simbólicamente de todo lo que me vinculaba al sur de la ciudad: mi madre, mi ex, mi facultad en CU. El centro funcionó como un hogar pero también como mi tabla de salvación. Recuerdo no querer saber nada de nadie. Solo hundirme en lo que era mi presente. Por la ventana de mi estudio se podía ver directo hacia el sur, en un día despejado, estaba el ajusco. Allá, muy lejos de mí, podía sentirme a salvo. Buscar mi centro también tiene que ver con enfocarme en lo que soy yo, ahora.
Por la mañana fui a comprar Café a Villarías. Aunque ya no vivo en el primer cuadro de la ciudad, me queda a 10 min en bici llegar a la cafetería que más me gusta de toda la ciudad. Sandra entró al estudio hace 15 días y trajó una prensa francesa, así que compré café molido para la cafetera. Mariano compró el filtro del agua y aunque toda la noche estuvo lloviendo, hoy salió el sol. De regreso me habló mi hermana. Me bajé de la bici y caminé mientras platicaba con ella.
Le conté del centro de gravedad que tienen las historias. Identificar cuál es el centro de gravedad de una narración hace posible contarla, desenredarla, transitarla también, como sucede con las tribunas de AA (cf. César Tejeda).
Escucharla me hizo sentir que no estaba sola.
Escuchar el punto de vista de mi hermana frente a la situación con mi madre, me hizo ver que estoy triste pero no desesperada. Las dos, desde un nuevo lugar, porque ambas hemos cambiado mucho desde la última crisis, nos preguntamos ¿realmente podrá tener un cambio?, ¿o solo será parte del mismo círculo vicioso de salir, caer, sentir culpa, levantarse, volver a caer, sentir culpa, levantarse, caer? Nosotras podemos ver una panorámica desde afuera, pero ¿cuándo se dan cuenta las personas que están en un loop? ¿Hacer conciencia de un problema es suficiente para poderlo resolver?
En los archivos enterrados de esta historia hay una pregunta que me hizo S. la semana pasada: ¿cómo sacaste la fuerza para seguir adelante aún cuando tu madre te dijo que hubiera sido mejor no tenerte? No lo sé. Después pensé quizá construyendo una armadura, atrancando la puerta de mi cuarto, cerrándola con seguro y con una silla atorada al escritorio; protegiendo a mi hermana. Mi madre es como ese piolín que se toma una dosis y se vuelve malo. Dice cosas que pueden herirme profundamente. ¿Cómo una palabra puede encajarse en el cuerpo por tantos años? La útlima vez fue diferente, el discurso se va adaptando con el tiempo, entonces su palabra llega por mensaje escrito. Ya no vivimos juntas, ya no tengo que atrancar mi puerta porque ahora solo muevo la opción de silenciar la conversación.
Observo largo rato la nueva foto de perfil de su whatsapp. Es una foto vieja, quizá tendrá más de 15 años esa imagen de la mamá que una vez fue. Busco en mi carrete de imágenes alguna foto de mi madre que me haga sentido con su presente. Encuentro una en donde está sentada en el estudio de Panamá. En sus manos tiene el libro de Investigación de Operaciones que editamos para ella: sonríe, está feliz y se ve contenta con ese libro. Le mando la foto y me responde de golpe: “qué horror”.
—Me parece una foto muy linda, ¿por qué dices eso?
Siento que en realidad la respuesta viene desde la madre de hace 15 años. La mamá mala, el dark side, el señor Hyde.
Cierro los ojos intentando imaginar el centro, un lugar a salvo para poder identificar de nueva cuenta en donde está lo que siento. Si es un enojo contenido, si es angustia o si solo es una tristeza muy grande, hacer algo con eso, sentarme a escribir por ejemplo.
No digo nada más. ¿Cómo decirle que hay imágenes de ella que son mejores que aquellas que ella selecciona para consigo misma? Intento imaginar cuál es el centro de gravedad de su propia narración. ¿Cómo se cuenta a ella misma su historia? ¿Cuál sería el centro si pudiera salir de su propio loop y buscar un refugio?