37/52 el bosco
Es domingo y estoy en la Biblioteca Vasconcelos.
Preparo mi clase de arte moderno y me encuentro con un texto escrito en 2015 por Cees Nooteboom. El encuentro es una casualidad. Su libro es vecino del libro que he buscado en el catálogo. Yo estaba intentando encontrar un libro que no fuera el clásico coffee table book de Tashen sobre Rubens. Y lo que encontré fue un ensayo literario sobre el Bosco, sobre El jardín de las delicias específicamente.
El libro es una maravilla editada por Siruela. Abro el libro y comienzo a leer un ensayo en tiempo presente. Todo ocurre mientras Nooteboom es a su vez parte de un film documental sobre el Bosco. Escribe sobre sus primeros recuerdos frente a la obra de arte. Su primera visita a España, la España de Franco, cuando tenía 21 años. Y lo diferente que es ahora estar frente al mismo cuadro, en el mismo museo, ahora él, un hombre de 82 años. Las aguas del río han cambiado, pero él definitivamente también ha cambiado.
Ha transcurrido más de medio siglo y me pregunto si soy capaz de mirar con los mismos ojos que entretanto han visto tantas otras cosas. ¿O acaso veo otra pintura ahora que ha cambiado mi forma de mirar?
Describe cómo a veces tiene grandes ideas por la noche cuando está en su hotel en pleno barrio de Malasaña en Madrid y escribe varias ideas que cuando llega el momento de filmar desaparecen y teme parecer un estúpido frente a la cámara.
La pregunta que hace una y otra vez es la misma que cualquier historiador de arte tiene en la mente: ¿cómo leer una pintura? ¿cómo la leen los demás? Pero sobre todo, ¿acaso yo sé más que los demás? Mi lectura frente al Bosco ¿es mejor que la de los eruditos? Y después, cuando visita el Prado y observa El jardín de las delicias, piensa en una pareja de jóvenes que observan el cuadro, ¿qué pasa con ellos? En realidad, ¿qué pueden saber del Bosco las generaciones que nunca han leído la Biblia? ¿cómo se habla del arte antes del Renacimiento, ¿qué se puede decir de la representación de Adán y Eva antes de Freud?, ¿qué más podemos decir sobre la piel de cáscara de huevo que tienen estos personajes?, ¿cómo dialogar con este paisaje apocalíptico?
Imaginemos que el Bosco pintó El jardín de las delicias, según el folleto del Prado entre 1500 y 1505. Tenochtitlán seguía siendo imperio azteca, Cristóbal Colón hacía su último viaje de descubrimiento en América, y Leonardo hacía los primeros bocetos de la Gioconda. Los grandes éxitos de las exposiciones permanentes hoy día se generaron en esa primera década del siglo XVI.
Lo interesante, es lo que Nooteboom escribe sobre no saber absolutamente nada del pintor, Jheronimus van Aken, ¿cómo escribir sobre un personaje que es visible a través de su obra pero invisible sobre él mismo porque nunca escribió una sola palabra? ¿Qué ven los turistas, los miles de turistas que se paran diariamente frente al Bosco? Y ahora detenernos a pensar lo que pudieron ver los millones de pares de ojos que han observado durante cinco siglos esta obra.
Con sus ojos del siglo XXI están viendo lo mismo que Felipe II, que tenía El jardín de las delicias colgado en la pared de su habitación. ¿Cómo calificar un cuchillo entre dos orejas que parecen desplazarse con una pequeña figura oscura en el interior?
Recuerdo la primera vez que estuve frente al tríptico El jardín de las delicias. Fue en 2012, cuando estuve viviendo en Madrid. Sin ninguna prisa, en el día menos concurrido, en la época más light del turismo. Durante muchos años mis padres tuvieron la reproducción en un poster enmarcado en la sala. Eran tantos los elementos que nunca la observé con detenimiento, en mi cabeza era una plasta de acontecimientos. Quedaba muy por encima de mi cabeza de niña y eso también me impedía observarla. Cuando la vi en el museo me impresionó el soporte, la tabla de madera hecha para poder cerrarse, para poder ocultar la obra a voluntad. La luz que emanaba del óleo no se aprecia en ninguna reproducción.
La miniaturas, los detalles, los personajes que te devuelven la mirada, los que viven en su propio universo, y la cantidad de escenas que se dan simultaneamente son como una narración infinita de historias, ¿cómo llegaron ahí?, ¿cuándo es el presente y cuándo el pasado? ¿Es primero el infierno o el paraíso? ¿cuántos animales inexistentes hay en cada panel? ¿cuántos personajes son penetrados por aves, cuchillos, palos, en el ano? ¿cuántos tienen la boca abierta? Huevos, llaves, pies torcidos, ojos abiertos, buhos, pescados con armaduras, ratas, escamas, niños dios, monja cerdo, ¿en qué momento la pintura se vuelve pura narración?
Me parece imposible describir una obra tan basta, y por ello el ensayo de Cees Nooteboom es tan amable. Nos describe su mirada, sus dudas, sus acercamientos, nunca una verdad sobre la obra de arte, sólo una idea de lo que puede ser, en este momento, allá en el 2015 o ahora en el 2019.