39/52 Lunes
Desperté temprano, como a las 7, reconozco más o menos qué hora es por la luz que entra al cuarto. Tenía un cólico en el vientre de bajo volumen, pero con el suficiente para despertarme. Recordé la reflexión que hace la peor persona del mundo cuando se baña y vemos caer gotas de sangre al piso: si los hombres tuvieran la menstruación cuántas películas habría con personajes sangrando y teniendo cólicos. Nadie piensa en los cólicos, yo lucho cada mes para que no sean el punto de atención de mi día. Me volví a dormir y el cólico me volvió a despertar ahora sobre las 8 de la mañana. Pensé en mi inktober, quizá pueda hacer una ilustración sobre esto que siento ahora mismo, este dolor que me hace sentir mi cuerpo mientras intento incorporarme al lunes. Si no tuviera que trabajar quizá pasaría el resto del día en cama, con una bolsita de agua caliente encima de mí, viendo la serie de los cyberpunks en la pantalla. Pero tengo un día bastante agitado, no me puedo dar ese lujo, tengo que incorporarme y trabajar.
Al medio día logro apagar todos los fuegos y ponerme a pensar, y ahora qué, cuando llega ese punto de elegir qué dibujar me da pudor, me doy cuenta que no quiero hablar sobre el cólico que me despertó, ni sobre la molestia generalizada que estoy sintiendo después de enterarme de dos muertes al hilo. Prefiero esto, esconderme entre muchas pestañas de información. Esconderme en las notificaciones, en los mails, en los chats del trabajo, en el café… esconderme para dejar de sentir el dolor.
Pero ahí está el dolor. Antes no tenía cólicos, comenzaron a darme después de que tuve Covid. Y empecé a leer más sobre el tema y parece que sí, que el Covid hace algún tipo de cortocircuito en el ciclo, en la menstruación, pero no se sabe bien qué y por qué.
Antes de comenzar a trabajar hice una limpieza en mi escritorio, tiré muchos post-it viejitos y acomodé los que aún están vigentes. Me costó trabajo comenzar. A veces hago las cosas en automático y detesto cacharme en eso. Me doy cuenta que existe esa posibilidad, aquella a la que muchas personas acceden sin que sea un problema, el piloto automático, dejar de pensar o sentir que respiro o que habito determinado espacio. Y cuando lo descubro me detesto. Tengo que hacer un esfuerzo, concentrarme en lo que hago aunque sea aburrido.
Ayer desayuné en los tlacoyos del mercado de Sullivan. Una señora entrada en años comentaba con dos amigos, la verdad para mí no es mi amiga, no puede ser mi amiga si solo hablamos una vez cada tres meses. Y perdón, pero después de que cumplí 60 años, sí quiero decidir qué hacer con mi tiempo y con mis amistades.
Esa frase se quedó en mi mente el resto del día y ahora otra vez regresa. Al salir del banco tenía varios mensajes. Se murió Javier Raya y David Huerta. Uno joven, otro viejo. No pus qué lunes tan jodido, concluí en mi chatcito con la rat después de leer el obituario del día.
La hora del ocaso. El otro día la rat me dijo que no le gusta ese momento, demasiado temprano para ir a cenar, demasiado tarde para seguir trabajando, una hora muerta, el atardecer. Por lo general intento salir al balcón en mi casa o salir a caminar. Si estoy en Cedro muchas veces subimos a la azotea, a sentarnos en las sillas Acapulco que cada vez están más rotas, ahí estamos hasta que los mosquitos nos corren. Luego me compartió una cita de Cortázar, en la que en realidad describe el alba, el amanecer, que es más o menos igual al ocaso, un momento que se repite sin consecuencias, algo así como que al sol le vale madre si una siente angustia o felicidad, sale igual que hace veinte, cien, doscientos, mil años.
[…]vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencias mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba. En ese segundo con la omnisciencia del semisueño, medí el horror de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. Náusea, sensación insportable de coacción. Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano. Antes de volver a dormirme imaginé (vi) un universo plástico, lleno de maravilloso azar, un cielo elástico, un sol que de pronto falta o se queda fijo o cambia de forma.
La cita es del capítulo 67 de Rayuela y viene en un apartado de la tesis de Abril, en donde dejó el camino trazado sobre los tópicos que de una u otra forma la siguen interpelando. Imagino que quizá ahí están las verdaderas pistas, en el pasado se ha diagramado un índice, que es también como un faro que vuelve a dar luz sobre lo que está por venir.