4/52 Disco de titanes
Estoy pensando en un libro del que solo he leído 5 cuartillas. La narrativa proviene de un lugar muy muy lejano. De un lugar con poco sol y con calefacciones que tienen el aroma de los fierros que la conducen.
“Afuera escucho las barredoras de nieve. Primero una grande que quita la masa de nieve más pesada, detrás una pequeña que se lleva los sobrantes. Dos en esta calle y otras dos a lo lejos, quizá cinco cuadras hacia el norte”.
Leo los mails que he intercambiado en la última semana con el traductor. Hace descripciones de lo que sucede mientras me escribe. Es solo para que me dé una idea de lo que pasa pero por un momento cierro los ojos he intento escuchar las barredoras, distinguir el ruido que hace la grande de la pequeña.
Lo último que había escrito era que mandaría el contrato de derechos para antes del lunes, considerando las 10 horas de diferencia. Yo estoy en desventaja, el futuro es el de la autora. Pero no abrí mi computadora desde el viernes por la tarde hasta que comenzó la mañana de hoy, lunes.
Se fue mi fin de semana tan rápido que intento sostener lo más importante.
Mi hermana rescató 3 perritos cachorros de viernes a sábado. La ayudé a bañar a una el sábado por la noche. la despulgó y la secó, le dio a tomar leche. La perrita era muy dócil, se dejaba manipular, acariciar, secar y limpiar. Me impresionaba su pequeño tamaño, que dentro de esa cachorra pudiera later un diminuto corazón. Después caí rendida. No pude moverme. Pensaba en el contrato, en levantarme y enviarlo por correo, pero también sabía que no tenía fuerza para hacerlo. Al día siguiente todo fue muy ambiguo.
Desayunamos todos en casa de la abuela. Estaba feliz de estar pero por otro lado estaba completamente agotada.
Me estresan ciertas dinámicas familiares, como que dos personas peleen por cuál es el mejor lugar para comprar tamales, y alguien tenga que ceder. Mi madre es muy pragmática: vayamos al local que sabemos que estará abierto, en la pandemia no todos los lugares están abiertos. Algo tan absurdo como los tamales. La Flor de Lis que es el lugar que le gusta a mi madre está junto a una funeraria. Pasamos en carro y me estacioné para que mi madre bajara y pidiera. Hace un par de días leí del incremento del 50% en la venta de flores en el mercado de Jamaica. Leí que el dueño del lugar en donde hacen las coronas blancas había muerto de Covid. Todos sus hijos enfermaron pero no tan graves, pudieron mantener el negocio abierto. Todas las flores que están vendiendo son para muertos. En la funeraria había 3 coronas grandes recargadas en el estacionamiento. Mi madre me compró dos tamales uno de piña y otro de zarzamora con queso.
Subió al auto. Mi hermana no quería esos tamales, luchó por comprar de otro puesto hasta el último momento. Me estresé solo de pensar que iría a comprar otros tamales teniendo los que ya había comprado mi madre. Así estaba viviendo mi domingo, antes de las 11 de la mañana, ya sentía como mi energía se iba para no volver como una fuga de aire y no pude volver a reponerme. Llegué a casa de mi abuela y al pasar el jugo de naranja de una bolsa de plástico a una jarra se explotó y cayó al piso y a la mesa. Mi hermana negó con desaprobación y se fue de la cocina. Me puse a limpiar y trapear. Regresó para decirme que era muy inepta hasta para servir el jugo.
¿Te estoy pidiendo que lo limpies? Le pregunté.
Salió de la cocina. Ahora que lo escribo no puedo creer que sea la misma persona que rescata cachorros del antirrábico. En ese momento, con el jugo escurriendo de la mesa al piso, pensé en las ganas que tenía de llorar. Desayunamos tamales y mi hermana no dejó de mostrar todo su enojo sobre comer esos tamales, los mismos de siempre, de cómo la Flor de Lis le pone mermelada de piña en lugar de colocar la piña natural y son tan masudos… No me gusta La Flor de Lis, chilló como cerdo, aunque era claro que todas sabíamos su disgusto. Isolda ha comenzado a seguir muchas cuentas de youtubers que recomiendan lugares, y quería comprar tamales de un lugar recomendadísimo por Peluche Torres, la garnacha que apapacha.
Mi abuela habló de la tamalera con la que quería ir Isolda. Una señora que tiene un puesto sobre Fray Servando que hace tamales de todos los sabores, como tamal sabor gansito y tamal sabor chocolate de conejito. Esa tamalera es carera y no son tan buenos, dijo mi abuela. Una vez fue a Las Vegas en el mismo viaje que yo. No salió del Casino y perdió todo lo que llevaba, no salió ni a conocer las fuentes del hotel.
A mí qué me importa que la tamalera sea una ludopata, dijo Isolda, quiero probar sus tamales.
Pues no son tan buenos como crees, dijo mi abuela. Y siguió comiendo su tamal de la Flor de Lis. Yo terminé de comer y me fui a la sala, me acosté en un sillón y me quedé dormida. Me despertó mi mamá para irnos.
Al llegar a mi casa, me cambié la ropa y me puse la piyama, eran las dos de la tarde, me acosté a dormir.
Hoy, antes de comenzar la jornada laboral, estuve adaptando el contrato con una autora que editaré este año. Reenvié varios mails y estuve navegando en la página de una editorial en donde mi única guía eran las portadas de los libros. Le pedí ayuda a Alex.
Observé una y otra vez los dibujos de Sini, en una sola línea, en un trazo que hace contornos suaves pero al mismo tiempo titubeantes, una suerte de garabato tembloroso va formando el cuerpo de una mujer.
—¿Qué te imaginas?
— Azul y rojo como su dibujito, en esos tonos. O como tu agenda, con gamusa.
— Eso es muy caro.
— El duotono no es caro.
— La gamusa es cara. Quizá algo más simple.
Me pregunto por qué se llama Disco de titanes. Imagino una canción larga larga que tarda mucho tiempo en terminar, una canción que es al final un disco. Unos titanes recién liberados borrando el límite de las pasiones; rasurando la vida quizá de la misma manera que lo hacen las barredoras de Helsinki en la oscuridad del día.