40/52 El edificio no va como él lo planeó
A los 10 años tuve una sudadera gris judi con estampado de los cazafantasmas en el pecho. Me gustaba mucho usarla porque era una sudadera que había sido de mi tío y luego pasó a ser mía. Tenía marcas de uso en los codos y eso me encantaba. Ayer mientras paseaba por Reforma 222 en una tienda de piyamas vi que había una playera con el mismo estampado. Quise comprarla, pero no lo hice. Ganó el mejor no, piyamas tengo muchas.
Hoy mi abuela Lupe me tomó la presión. 110/80. Estoy en un buen rango. Lo hizo para comprobar que la máquina está bien calibrada. Luego se tomó la suya 182/90. Ella la tenía alta. Hoy tenía motivos para que le subiera. Y desde hace años sabe leer sus propios síntomas, por eso tiene una máquina para medir la presión. Tomó 4 gotitas de flores de Bach. Y luego tomó un vaso con agua. Me pidió que le instalara el whatsapp porque su último teléfono se murió y tuvo que comprar uno nuevo.
Enseñé a mi abuela a enviar mensajes de audio.
Se tomó muy en serio la prueba y habló más de 5 minutos en un mensaje hipotético a mi madre que estaba sentada en la sala a escasos tres metros de distancia.
Después yo salí al patio y le envié un mensaje a su celular.
Unos miaus seguidos de un te quiero, te mando un abrazo.
Mi tío se separó de la familia hace mucho tiempo, tanto que ni siquiera tengo un recuerdo en donde los dos seamos adultos y convivamos. En ese pasado, al que todavía hay un pálido acceso, yo soy una adolescente o una niña. Me genera tristeza saber que no quiso saber más de nosotras por una tontería, por equívocos que pudieron hablarse, por no aceptar que somos una familia hecha de pedazos. Eso fue por el 2002. Y para mí esa fecha es muy lejana.
Esta semana mi tío volvió en forma de dinamita. Explotando un montón de basura vieja en el patio de mi abuela, en el jardín de mi madre, en el balcón de mi casa. Su presencia abarcó cada centímetro de nuestra familia como nunca lo había hecho en más de quince años de ausencia. Y toda esa mierda bombardeada en un día fue cayendo lentamente en nuestra vida cotidiana.
—¿Por qué duele que me caiga este pedazo con fuego?
—Porque quema.
Recordé la sudadera que tanto me gustaba. Después me acordé del atari. Una vez llegué a casa de mis abuelos y mi tío no estaba. Mi abuela me dejó entrar a su cuarto para poder jugar con el atari. Me llamó la atención un papel oculto entre los casettes. Lo jalé y descubrí una carta. Mi tío es diez años mayor que yo. Así que si yo tendría 8 años, mi tío tenía 18. Y viviría en casa de mis abuelos otros siete años más. Abrí la carta y la leí. La carta estaba escrita con plumas de colores y había una suerte de comic explicativo de cuando fueron al cine. Era tan compleja la narración, hablar del cine, de cómo pelearon y después como habían regresado caminando a la casa de ella, de Jessica, que estoy segura fue mi primera experiencia en un relato literario de “adultos”. La doblé y la volví a poner en donde estaban los cassettes. La siguiente semana mi tío estaba en casa y estuvimos jugando un rato. Siempre convivíamos, y platicábamos incluso de caricaturas, también me dejaba ir a sus ensayos de bajo que por lo general eran en sábado. Y cuando no estaba, volvía a buscar la carta de Jessica y la volvía a leer. Pasé tanto tiempo leyendo la misma carta que comencé a aprenderme ciertas partes de la narración. En el regreso a casa ella había tomado una pestaña de su cara y habían pedido un deseo juntos, la carta no decía qué deseo. El papel era cuadriculado. Al tiempo me enteré por mi abuela que habían terminado. A mí Jessica me caía muy bien. Siendo niña había creído que ellos estarían juntos para siempre, pero no fue así. La carta desapareció de su escondite. Y yo lamenté incluso no haberla robado. ¿Para qué? Si ni era mía.
Una canción que ensayaba mucho en el bajo es My name is Jonas de Weezer. Y cuando la escucho sé que la conocí en su cuarto, viendo cómo sus dedos tocaban los primeros acordes del bajo. Abril me dijo, ah ya lo recuerdo, esa canción la pusiste en el Canal de Panamá y hablaste de esto. Y sí, es un recuerdo épico de mi infancia. Para mí Weezer fue despertar a un mundo sonoro nacido con esa canción y determinado por la fuerza del bajo. Sé que mi vida no fue igual, porque todo sería medido a través de Weezer. Se convirtió en un canon de mi música, y aunque yo era muy pequeña fue contundente. Entonces Abril me preguntó: ¿y qué es lo que dice esa canción?
Me quedé callada, sólo recordaba dos versos. Hoy después de que mi abuela me midiera la presión. Me quedé pensando en esa rola, la busqué y la recorrí como si se tratara de un mensaje oculto desde el pasado:
tengo una caja llena de tus juguetes, ya no tienen pila, pero siguen haciendo ruido. Siguen haciendo ruido. Dime qué hacer ahora, el tanque está seco y la rueda ponchada, ¿y sabes qué más? ¿Adivina lo que recibí hoy por correo? Palabras de una profunda preocupación, sobre mi hermano menor. El edificio no va como él lo planeó.
Sé que mi tío es en este momento un fantasma atrapado en una sudadera vieja. Y hoy viene a remover lo que parecía oculto, como la infancia, como la carta de una antigua novia, como el atari que ya ni existe, lo oculto siempre está destinado a salir a la luz, dice un verso de Schelling. Escribir sobre él, es la única manera que tengo para cazar su presencia, por afuera de mi enojo y de mi tristeza, por adentro de la música, recorriendo la presión de mi abuela, hundiéndose en el disco azul de Weezer. Nadie vendrá a decirme qué hacer. Y de cualquier manera, sigo acomodando el sentido a una familia que evita hablar de los hoyos negros, del vacío, de aquello que invariablemente nos hace perder la cabeza. Aquí los recuerdos, aunque ya no tengan pila, siguen haciendo ruido. Siguen haciendo ruido.