42/52 apunte sobre por qué el barroco

Idalia Sautto
3 min readNov 25, 2019

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La primera vez que vi una iglesia barroca con detenimiento tenía 22 años. La palabra “barroco” apareció como una optativa de la carrera en Historia. Barroco se relacionó con Bernini y su baldaquino en donde aparecen las columnas salomónicas por primera vez. Barroco fue Pedro de Arrieta y Cristóbal de Medina Vargas. Ese mismo modelo de columna que utilizarían estos arquitectos llegaría a la Nueva España y ahora, 300 años después, siguen de pie en las portadas de nuestras iglesias… quién sabe cuántos siglos más. Estas columnas torcidas fueron la primera llamada y una suerte de clave para entender el camino y fue el primer impulso de observar la ciudad, aunque suene cursi, también abrieron la puerta a un embelesamiento que siento por el centro histórico. Descubrí que había dado por sentado la arquitectura que me rodea y lo que provoca esa atmósfera, lo que en realidad me conmueve de una ciudad tiene que ver con esta pregunta: ¿qué tipo de edificios me contienen y me maravillan? Quizá uno de los impulsos más fuertes para mudarme al centro fue estar a escasos pasos de una de mis iglesias favoritas: la Profesa. Para luego descubrir otros como la Parroquia de San Lorenzo que comencé a observar viviendo a una cuadra de ella.

Estudiar la licenciatura en Historia es ir descubriendo poco a poco ciertas verdades sabidas por todo mundo pero ocultas para la vida cotidiana. Me refiero a que no es una moneda de cambio tener en la mente que en 1776 abrió por primera vez la Lotería Nacional en la Nueva España, porque para fines prácticos a quién le importa tener un dato duro de esa naturaleza.

¿Para qué quiero saber la lista de libros prohibidos que redactaron en el escritorio del Santo Oficio cuando apresaron a Fray Servando Teresa de Mier en Santo Domingo?

El sentido de las cosas que me rodean comienzan en el siglo XVIII. El barroco para mí no es un estilo en el arte, no es tampoco una época, es una manera de comprender la vida. Caprichosa, desordenada y en movimiento. En el fondo siento que me identifico porque en México seguimos siendo barrocos. Me encuentro colocando cuadros en mi sala con el mismo horror al vacío que sentían los arquitectos que revestían de ángeles las capillas en Puebla. También me veo perdida en la ciudad intentando entender la historia que encierra cada edificio y maravillada muchas veces por las fachadas, que siempre, inevitablemente, encierran un por qué de las cosas. Y México tiene la ventaja de que nada está completamente destruido, todo está en un sin fin de capas, y de pronto podemos llegar a una pirámide sin rascar demasiado.

En el metro zócalo hay tres maquetas que me gusta observar cuando llego a cruzar por ahí. Son este tipo de capas las que conviven con diferentes épocas. Qué es el barroco sino una mezcla de estilos y de materiales, de contrastes entre luces y sombras, de colocar una hoja de parra junto con un ángel junto con una voluta junto con una curva y una recta porque fuck that shit… El barroco es eso, decir fuck that shit, haré lo que quiera, cuando quiera en donde quiera. Inventaré otras reglas y después el mundo tendrá que acoplarse a eso. Obedecerá o se resignará.

Soy barroca porque me resigno a esos caprichos, porque el mundo no podría brillar tanto si todo fuera perfecto como solían acomodarlo en el Renacimiento a punta de compás y secciones áureas. El mundo es imperfecto y hermoso por eso mismo, porque está cochino como los pies de los santos de Caravaggio, porque hay basura en las calles, porque las piedras también se desmoronan, porque los gatos en un momento de descuido toman agua de nuestro vaso. Porque al final todo tiene una ruina que se abre y se cierra, pero que está ahí señalando el final. El arte comienza a representar las cosas cotidianas como son, con sus huecos y con sus errores, con su música y con su momentos sorpresa, nada es “cómo debe de ser”, al contrario, hay una búsqueda del desorden, de encontrar la maravilla en un cochinero.

Y creo, al final, que eso también me representa.

Jan Steen, El mundo alrevés, 1665.

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