42/52 bar poeta y

Idalia Sautto
3 min readOct 31, 2022

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Do: bad poetry

El corrector de mi celular lo cambió de bad a bar de poetry a poeta y

Mi costar dice que haga mala poesía.

No sé hacer de ninguna de la dos. Ni de la buena ni de la mala. Pienso que es como la envidia no hay buena, siempre es mala. Igual la poesía. Ahora mismo estoy muy enojada. En todo el viaje no pasé por el empute que siento ahora mismo. Mi vecino de arriba dejó la llave abierta del agua y se inundó su departamento y el mío tuvo filtraciones severas. El techo se desprendió y ahora veo que dibujos que tenía guardados de cuando era niña se humedecieron y echaron a perder. Mi closet huele a humedad y tendré que lavar mucha de esa ropa.

Me gustaría hacer una poesía mala solo para decirle al vecino que su negligencia ha matado una parte de mi historia; la de mis dibujos escolares del montessori.

Quería llorar un poco de rabia. Pero no vale la pena. Los archivos con hongos siempre se toman con guantes. Yo los eche a la basura sin más.

El viernes Georgina nos llevó a comer a un mirador en una torre inteligente de Barcelona. Comimos berenjena y atún. En el centro de la mesa había un bote con semillas y un código QR. Georgina preguntó si eso era alguna cosa para picar. El mesero le respondió: señora, son lentejas pintadas. Es solo decorativo. Solté la carcajada con esa respuesta.

«Aquí sí se ven paternidades»

Esa frase la repitió varias veces Sara durante la caminata que hicimos a la playa. Papás paseando niños, papás andando en bicicleta con sus hijes, papás jóvenes y viejos. Al llegar al aeropuerto una hija esperaba a su papá en la sala de abordar. Le gritó y el papá se acercó molesto porque habían quedado afuera de la sala y no adentro. De regreso me tocó sentada junto a un señor mayor, su hija estaba cruzando el pasillo y le guardó su postre en la cena. Vi muchos tipos de papá en este viaje. Ninguno como el mío. Ninguno que pudiera decir ese es mi papá. Mi papá es más como el bote de lentejas pintadas. Un código que se puede escanear pero no degustar.

Estoy cansada. Pero no quiero dormirme. Tampoco quiero dejar de escribir lo que siento. Apenas llegué a la ciudad de México sentí que recuperaba de nuevo las rutinas. Lavar trastes, limpiar la arena de los gatos, escribir en el celular.

Alex dice que no me enoje. Dentro de las cosas que se llenaron de hongo estaba la carpeta que mi mamá me hizo de niña, una de tela de tul amarillo en donde bordó en rojo mi nombre. El botón para cerrar es una carita feliz. Esto es lo que más tristeza me da que se pierda. Alex lo tomó y me dijo que lo iba a lavar que al fin es de tela. Lo puso a remojar. Y vi que lo estaba tallando con jabón zote.

Los dibujos los tiré. El pasado infantil es mala poesía, son dibujos torpes, poco amables a la vista, pero al final son eso, el rastro de que fui una niña.

Walter me escribe al whats y dice que se lo cobre al vecino. Pero mis papeles de dos años no tienen precio. No me imagino entrando en una conversación de lo que se perdió en el agua. Ahora mi pensamiento mágico me hace sentir que conjuré el agua en mi vida. Y llegó en abundancia con libros y con pérdidas.

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