42/52 cumbia

Idalia Sautto
3 min readDec 2, 2021

Quantic tocó hace tres años en el Trópico de Acapulco. Alex y yo estábamos al otro lado de la bahía, en el Hotel Flamingos, nadando en la alberca de ese hotel con los escritores del barco de libros que organiza Yelitza. No me invitaron a ese congreso de escritores, pero me colé, como hago siempre a las cosas que me importan. A Quantic nunca los vimos tocar en vivo, solo conocemos lo que se escucha en Spotify. A veces toca estar en el peor de los mundos posibles: muy caro comprar el boleto, muy difícil conseguir una entrada como prensa. En el fondo no somos prensa de nadie, de nosotros mismos si acaso, de nuestras fantasías cuando se hace realidad publicar una crónica en alguna revista.

Hace una semana hubiera querido estar en Acapulco. Ahora que se acerca nuevamente el festival y pienso en si realmente es redituable gastar ese dinero en ir a ver una serie de bandas. Una parte de mí dice, sí y otra más bien meh.

¿Qué pedo con los playmobils? Me preguntó Teo, el otro día. Se refería a la cantidad absurda de playmobils que tengo por toda la casa. Pues no sé, un día fueron llegando, uno por uno, junto con un libro de historia. Mi madre me regaló la colección completa. Cada playmobil representa en sí mismo un momento histórico, una visión bastante hegeliana, a veces personajes ficticios, como Hamlet, algunos verdaderos como Leonardo Da Vinci, otros inventados, como una mujer que es del futuro y tiene armas de viajera en el tiempo. Nunca entendí bien cuál era el hilo conductor de toda la colección. La estuvieron vendiendo en puestos de periódicos. Luego tuve tantos playmobil que tuve que asignarles una guarida diferente a la caja de tipos móviles que tengo colgado en el estudio de mi casa.

Manuel decía que sus padres no entienden aquellas profesiones que no existen en el universo de los playmovils, o sea que si no había diseñador gráfico era como si esa profesión no pudiera tener una representación en la realidad. Repetía a veces que tanto el historiador del arte como el diseñador no habitaban ese espacio del juego. Y sí tiene algo de verdad. Todos los playmovils están hechos para que uno pueda presentarse a sí mismo en un tablero, en una ilusión, en una posibilidad de juego.

Recuerdo que cuando era niña jugaba los playmobils con mi amiga Georgina. Ella tenía muchos más que yo, tenía una granja y tenía perros cafés y negros, tenía un hospital, cuyas camas usábamos para amueblar nuestros imaginarios hogares. Recuerdo que por lo general era más grande el tipo de casa que ella hacía que la mía. Eran siempre plantas bajas porque dividíamos los salones con unos bloques de plástico que quedaban justo como a la altura de los playmobils y eso daba la sensación de tener una pared. El juego era armar la casa, colocar todos los elementos, a veces llegar a la trama de lo que iba a ocurrir ahí era lo de menos, por lo general nos aburríamos pronto, éramos mejores arquitectas y diseñadoras de esos universos que generadoras de un storytelling.

Nuestros playmobils nunca bailaron cumbia. Con Georgina bailé mis primeras coreografías, quizá porque ella estaba adelantada un año y me presentó los éxitos de ese momento, Fey y Gloria Trevi. Tenía muy presentes cómo se bailaba cada canción. Sabía también hacerle hoyos a las medias. No conocí la cumbia hasta que la re-conocí con Alex, sí la había escuchado, pero nunca le había prestado atención, nunca tampoco había dejado que me conmoviera.

Ahora que pienso en Trópico, realmente digo, para qué o qué, si puedo bailar en el salón de mi propia sala, que tanto me he dedicado en iluminar con diversas lámparas y decorar con playmobils.

Cortesía de M.

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