45/52 viernes por la noche
La literatura debería de poder escribirse en cualquier lugar. Sin rituales, sin cuadernos especiales. Debería de ser una plática de viernes por la noche. Una plática que termina en peda. Escuchando a Roberto Carlos, mi querido, mi viejo, mi amigo. Abandoné el ritual de la escritura. Hacer notas de audio. Escribir en cualquier parte y sin ningún motivo, sin pensar en las formas. Por ejemplo, comenzar ahora mismo. Hablar de lo que hablamos.
—Una de las veces que más escribí fue cuando mi madre entró a urgencias. Leí por completo el libro de Daniela Rea. Pero también escribí mucho. Me quedé observando a las personas, escuchando las pláticas de los demás. No sabía cuánto tardaría en salir mi madre, no sabía que estaría ahí toda la noche.
—No recuerdo ninguna noche en la que haya escrito muchísimo, menos en un hospital.
Ayer estuve escribiendo en este mismo archivo hasta que la conversación comenzó a saltar a todas partes. Intenté retener algunos diálogos. Pero, fuera de contexto todo parece absurdo. Entré y borré casi la mitad de lo que estaba escrito, me pareció que estaba forzando el texto. Escribir a veces es un acto cotidiano que debe encontrar su propio momento, sin obligarlo al ritual, sin someterlo a las palabras.
Hoy me levanté y limpié el arenero de los gatos. Después sacudí la alfombra en el balcón. Después estuve lavando a mano mi piyama. Finalmente entré a bañarme, era casi medio día. Salí hacia el estudio y me detuve en el mercado sobre ruedas que se pone en Ezequiel Montes. Crucé Insurgentes y caminé por el camellón de Puente de Alvarado hasta llegar a Fresno. Hacía sol y por fortuna me salí sin suéter. Llegué al estudio y arreglé las lilis que compré en el florero. Tiré el agua sucia de las astromelias y limpié el florero a profundidad. Acomodé las flores y tiré las viejas. Pensé entonces en la abuela de Abril. Necesitaría enviarle unas flores. Pero a qué hora, cuándo, no sé si esté en casa, no hay funerales en el tiempo del Covid. La partida de alguien debe estar acompañada de flores blancas y velas encendidas. Un camino con luz y con aroma. El último camino. Agachada en el piso acomodando cada una de las flores pensaba en esto. En lo sutil que puede ser partir del mundo.
Quizá por eso mismo se guarda un minuto de silencio.
Limpié mi mesa de trabajo antes de abrir la computadora. Ayer pedimos burritos el Rusio y había migajas y salsa seca sobre la mesa. Siento que el año se termina mañana y aún tengo muchas cosas por delante, por casi terminar, por cerrar la pinza de una vez por todas para usar las palabras de Abril.