47/52 I’am okey
Hugo tenía una playera que él mismo había hecho en serigrafía con un balazo en el pecho que escurría sangre y la frase “I’am okey”, tenía cáncer y pocas posibilidades de sobrevivir. Fue mi amigo los últimos dos años de su vida. Tiene ahora exactamente 4 años que murió, más tiempo que el que compartimos cuando lo conocí. Recuerdo que al mes de muerto, el jefe de la agencia, dijo que tendría que eliminar el perfil de Hugo de nuestros chats, como medida de seguridad. Sentí un escalofrío ante la noticia. Era como matarlo nuevamente. Desperté pensando en él. No sé por qué, solo estuvo en mi mente.
Okey, es también key, una llave, una forma de acceder. La rat dice que siempre digo Okey, y me envió la foto de una cerrajería con una key grande y una O a un costado. O-key a lo mejor es otra llave, una más, para acceder a aquello ominoso, sombrío, triste:
I’am okey.
Este año voy a la FIL, después de 4 años de no ir, después de una racha de ir durante 8 años seguidos. Los recuerdos de Facebook me mostraron con exactitud los años que tengo sin ir a Guadalajara. También venía acompañada una imagen borrosa de una fiesta con luces rojas, personas que hoy día tienen más canas que yo, de inmediato tuve la imagen nítida de esos momentos y luego una mañana de cruda con unas bolsitas apiladas de coca que tenía CV en su buró. Lo primero que hacía al despertar en esos días de la FIL, era eso: desayunar coca. Él usaba un eufemismo, el platillo para abrir el día se llamaba naked lunch. Me parece que Manuel tenía un dibujo al respecto… hizo una serie de viñetas sobre los seis días que estuvimos en la FIL, mostrando al mundo la primera publicación de la Pitzi.
Lo intenté buscar pero no lo encontré… en su lugar me topé con la viñeta sobre el dimetiltriptamina, la droga del sapito convertida en cristal. En algún momento CV escondió DMT en el asiento de mi piano. Es una banquita que puedes abrir y guardar libros adentro. Cuando descubrió ese escondite, que en realidad es un lugar común, le voló la mente y comenzó a esconder drogas ahí, entre ellas, una bolsita con DMT. Cuando viajé a la FIL en 2016, con Manuel, me pidió que le llevara esa bolsa, que estaba ahí entre las partituras de mi infancia. Pero lo olvidé, en cambio necesitaba que me regalara un gafete para que Manuel pudiera entrar sin hacer una fila de tres cuadras de personas en el rayo del sol. Lo vimos afuera de una casa duplex amarilla en donde se quedaba toda la banda que atiende el stand de sexto piso. Hacía mucho sol, Manuel y yo vestíamos de negro y la ropa me quemaba los brazos y las piernas. Me dio el gafete y le dije que se me había olvidado su pedido, fue un olvido genuino, no lo había hecho con dolo. Su cara fue de decepción… Esa mirada de quien piensa que el otro se agandalló su parte del trato.
Entramos a la FIL y lo ghosteé el resto del viaje. Su única forma de relacionarse era esa: el DMT, el payuyuqui, la mota es solo para los soldados, etcétera… quedé asqueada. Cuando imagino la FIL, más allá de los stands con novedades, los egos que miran a través de los cuerpos sin reconocer el mismo rostro que se topan año tras año, los pasos silenciosos de miles de personas sobre las aspiradas alfombras de los pasillos, pienso en esa luz roja, en ese sol asqueroso que pisa la cruda, siento ese nervio expuesto, esa herida aún con pus, o quizá la certeza de saber que se pudren las relaciones cuando solo se vinculan a sustancias. Si hay viaje, reunión, feria o loquesea es es solo porque hay drogas… vincular la diversión solo en función de cuánta coca habrá. Y si no hay ¿es menos divertido?, ¿está de hueva? Hace meses que me doy cuenta que soy el plan B de amigos que me importan en parte porque el plan A siempre tendrá coca.
Antier, Mariano me preguntaba al respecto, me dijo algo así como “quería tantear el terreno”, le respondí un poco grosera, la FIL está llena de cocainóamonos, es la droga favorita de los editores. A los cinco minutos me topé con un tuit de Ángel:
No quería ser grosera, como la canción de John Lennon, solo soy a jealous guy. Salimos el miércoles, el cru fue cambiando, se bajaron y subieron personas en ese carro llamado Arenita, que nos llevará directo a Guadalajara. Y viene M. Ya estamos listas, mi amiga María Fernanda se suma de último momento, la conozco desde el primer semestre de la Facultad, en ese tiempo en donde todo estaba por resolverse, no había aún la posibilidad de ser editora, escritora, bibliotecóloga, historiadora. Es curioso que nuevamente coincidamos en la FIl, porque con ella he vivido otras FILs, sin blanca navidad pero con hombres tóxicos, quizá tan tóxicos como el raticida con el que cortan la coca. Es una oportunidad de reescribir los recuerdos, de cambiar la forma de vivir la FIL, de que las canciones nos recuerden nuevos momentos y de que el timeline de Facebook cambie por otra red social que no se sienta tan avejentada. Hay que comenzar a registrar los recuerdos en otro lugar, que sigan a salvo, pero desde otra plataforma.
Hoy especialmente pensé en cómo la FIL siempre marca antes y después. Estoy contenta de ir a ese encuentro.