48/52 drafts de cinco años

Idalia Sautto
6 min readDec 8, 2022

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Día D, septiembre de 2017

Después del temblor caminé por toda la colonia viendo cómo los vecinos sacaban sus vidas en maletas, con sus mascotas. La mayoría de las calles estaban acordonadas y los vidrios en el piso hacían que uno alzara la vista a las fachadas. Pocas veces había tomado en cuenta en los trayectos cotidianos que solía hacer.

Mi gata, Kiki, feral, me mordió la mano cuando intenté atraparla para ponerla en su transportadora y emprender un viaje al sur, a la casa de mi mamá. No había luz en la colonia y el olor de las fugas de gas se mezclaba con el de la fritanga; los tacos de la esquina no frenaron su rutina, nunca dejaron de trabajar. Esto es México.

Esto lo escribí antes de que existiera el reto de escritura. Recuerdo sentir mucho miedo después del terremoto del 2017. No sabía bien cómo procesarlo, naturalmente comencé a escribir al respecto, pero nunca terminé de hacerlo, tampoco lo publiqué. Después se me quitó el miedo. A veces quisiera olvidar el pánico que sentí ese día. Cuando sale el tema con personas conocidas no me contengo, platico todo de nueva cuenta, como lo hacían mis abuelos y mis padres con el terremoto del 85.

Bici robada, agosto 2018

A Kebelín, así se llamaba mi bici, se la llevaron un día de lluvia. Después Alex me dijo que no me sintiera mal que a él le habían robado una bici que acababa de pintar y los ladrones tardaron tanto en romper el candado que rasparon la bici en el poste y la pintura se quedó pegada y la pérdida, supongo, de alguna manera, fue más grotesca.

Mi bici se la robaron enfrente de unas flautas abajo del edificio donde antes vivía la rat. Muchas veces me pregunta si tengo algún tipo de rencor. La respuesta es la misma, no, pues qué culpa tiene. Recuerdo que me dolió mucho perderla. Después de eso Alex me regaló una bici, la que actualmente tengo. Ya no extraño a Kebe. Le puse así porque ese fue el nombre de la segunda riso que tuvo Manuel, me gustaba mucho el nombre de Kebelín. Mi nueva bici se llama Georgia, casi nunca hablo de ella, la mantengo en secreto. Mariano dice que por qué le pongo nombre a todo. El regreso de Guadalajara hablé de lo bien que nos trató Arenita en la carretera, “Arenita es un carro muy noble”, dije en voz alta, y Mariano se rió.

Elecciones, domingo, 1 de julio de 2018

Se llama Manuel Romero, un solo apellido. Así lo tuvo que dictar cuando llenamos el acta de apertura de la casilla: Manuel Romero, un solo apellido. Cuando cumplió 18 años hizo un trámite para borrar el apellido de su padre y quedarse solo con el apellido de su madre. Ignoro si es posible hacer algo así hoy en día. El INE deja ese espacio en blanco y es notorio reconocer que no es igual a todas las demás credenciales, en donde el 90% acude con dos apellidos, incluso aquellos que no tienen padre y que poseen el apellido completo de la madre. Recordé que el papá biológico de mi mamá se apellidaba Romero, y en algún momento de la tarde, cuando lo vi a lo lejos platicando con otra persona, pensé “¿y si ese señor fuera mi abuelo?, ¿será el papá fantasma que mi mamá ha buscado tanto?, ¿será él ese Romero que falta en la identificación de mi madre?”

En 2018 fui nombrada presidente de casilla para las elecciones presidenciales. Fue un proceso muy emocionante y escribí una crónica al respecto. Nunca la publiqué, mi noción de la historia me retuvo, si en algún momento alguien quisiera hacerme daño sobre el voto que hice en esa elección podrían recurrir a ese texto. Lo guardé en un draft de medium, no recordaba que todo ese día me acompañó este personaje en donde a lo largo de la crónica le llamé “abuelo”.

No quiero ir, noviembre de 2019

a la cena del viernes porque me condiciono a no tomar libremente, a sentirme en casa e irme a dormir cuando quiera.

No quiero ir a la cena del viernes porque en el fondo siento que es un compromiso que no todas las involucradas quieren tomar.

No quiero ir a la cena del viernes porque tendré que medir mis palabras.

No quiero ir a la cena del viernes porque siento que las cosas que puedo decir ya las dije ayer y antes de ayer y para eso tenemos un chat.

No quiero ir a la cena del viernes porque tengo que tomar la bici y desplazarme media hora y hace frío y luego tendré que pedir un taxi de regreso.

No quiero ir a la cena del viernes porque prefiero guardarme en mi casa y dormir temprano porque al siguiente día tengo un taller que quiero tomar y que me emociona tomar.

Es muy largo ese borrador, pero decidí no publicarlo porque era muy probable que las involucradas dieran con ese texto y era muy incorrecto de mi parte.

Coraje, abril de 2020

La diferencia entre aprender una lengua moderna y una lengua antigua es que en primer semestre de francés aprendes a preguntar dónde está la estación de tren y dónde el sanitario, mientras que en latín aprendes a decir: el tirano mató a todos en la entrada del pueblo.

Durante el primer año de la pandemia tomé clases de latín por zoom. Fue difícil seguir el curso online. No sabía cómo salirme del grupo puesto que no tenía a donde ir, todos estábamos encerrados en la pandemia, salir del grupo porque sí no era una respuesta, así que me seguí quedando el resto del año hasta que pude decir que ya no quería. Me cuesta mucho trabajo poner límites, hasta estos que son bien tontos como dejar de ir a una clase que ya no me gusta tanto.

Goterito Kola Loka, julio 2020

En la página web del sitio de Kola Loka la pregunta que encabeza el FAQ es: ¿qué hago si los dedos se me pegan con Kola Loka? En 1750 fue expedida la primera patente para un pegamento o adhesivo en Gran Bretaña. Se trataba de un pegamento hecho a partir de pescado. Rápidamente se patentaron otros adhesivos que utilizaban caucho natural, huesos de animales, pescado, almidón y proteína de la leche o caseína. Cuando era niña pasaban en el canal 5 un comercial cuyo lema decía Kola Loka pega de locura. El personaje era un obrero que colocaba una gota en su casco y se pegaba al techo.

En 2020 estuve dando clases de escritura a dos semestres de ADM, la escuela en donde impartí clases durante cuatro años. Uno de los ejercicios que ponía era comenzar a escribir sobre objetos que tuviéramos en nuestro estudio. Yo puse el ejemplo de un goterito de kola loka que tenía por ahí, ya no recuerdo para pegar qué. La idea de ese ejercicio es soltar la mano, escribir de cualquier cosa, indagar sobre la historia que hay detrás de los objetos cotidianos.

Después de ese draft se salta hasta hace dos meses.

La señora de los dulces, octubre de 2022

La señora vende dulces de mano en mano. Su nombre es Lourdes, como mi abuela, también tiene los ojos aceitunados como ella. Hoy me contó que su madre murió, hace cinco días. Debe seguir aunque sienta ganas de quedarse encerrada y llorar. Me la encuentro en la calle y platicamos. Siente muy bien el pulso de lo que pasa en los restaurantes de la Tabacalera. No puedo guardarme nada. Le cuento que me maltrataron en la Matraka. Me dice que a ella también, que le prohibieron vender dulces incluso en la calle. Se impuso, la calle es pública, nadie puede prohibirte no vender algo. Tiene carácter la señora Lourdes, me cae bien, le compro dulces, la intento ayudar porque es mujer y porque está vieja.

La señora Lourdes… me la encuentro seguido en la calle. Siempre le grito ¡Lourdes! Y voltea sorprendida. “Eres la única que sabe mi nombre, la gente de por aquí me dicen abuela”. Siempre se anda quejando. Se cortó el cabello hace como un año y ahora se lo está dejando crecer. Siempre trae un rebozo que le cubre casi por completo. Es una señora guapa que si no estuviera en la calle tendría mucho porte.

Quería escribir un perfil solo de ella, pero me da mucha tristeza, nunca terminé ese borrador. Me da tristeza no poder ayudarla más. Hace como una semana me la encontré y me abrazó. Uf, fue un largo largo abrazo, sentí que mi mamá Yuyes me abrazaba a través de ella. Sentí que la quiero, creo que ella también a mí.

Abril hizo el mismo ejercicio de sacar los borradores y hablar de ellos. Desde que leí su texto pensé en hacer lo mismo.

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