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Idalia Sautto
3 min readDec 18, 2020

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Tener un arbolito de Navidad es para mí despedir el año con muchas luces, me vale si el recibo llega de seis mil varos, quiero que exista luz al final del camino.

Eso me dijo Walter cuando me preguntó si pondría árbol de Navidad y yo dudé en decirle que quizá no, o quizá sí, la verdad hace mucho que no pongo uno.

Ni siquiera es una cuestión de odio a la Navidad, al contrario, creo que medio me gusta que exista, se tiene ese momento de fiesta y regalos, de capitalismo y de coca cola, y el rojo y el blanco.

Hace un par de años conocí en una feria de arte a una chica de Nueva York. Nos conocimos en la barbacoa de Edison. Ella había pasado un par de días en la ciudad de México y hacía fanzines sobre música y también hace música. Nos comenzamos a seguir en las redes. En estos años me he sentido cercana a su vida cotidiana. Viví el colapso por el Covid en Nueva York a través de sus historias, vi los cercos sanitarios en el metro también en su instagram. Hoy publicó en sus historias la primera nevada fuerte del invierno. Todo un campo blanco. Copitos cayendo sobre las bancas y mesas de un parque. Nieve, blanca, blanca.

Al principio de las historias vi cómo ella con una amiga formaban un muñeco de nieve. El clásico: dos bolas grandes. Me gustó seguir el proceso de su armado. Nunca he hecho uno. Mi experiencia con la nieve es muy básica y fugaz. Hace tres años llevé a Alex a conocer la nieve. Pero no estuvimos mucho tiempo conviviendo con ella. Solo la caminamos por un parque nacional en Utah.

En la ciudad de México nunca cae nieve. No hay actividades relacionadas con la nieve. Solían poner la pista de hielo, pero el hielo no es igual a la nieve. En Madero ponían ventiladores que simulaban la caída de nieve. Qué tontería. Pero sí, hacían eso.

La mejor navidad que he pasado fue en casa de mi tío Javier. El hermano menor de mi abuela. Era 1993 y a mi prima Lisset le regalaron un gameboy, el primero en la historia de los gameboy. Me dejó jugarlo toda la noche. En su casa habían puesto un arbolito de Navidad de tres metros de altura. En la cocina había cajas llenas de fruta, sobre todo de cerezas y de manzanas. Mi abuela me había regalado una sudadera negra con colores fosforescentes que brillaban en la oscuridad. Comí cerezas hasta el empacho. Había luces y todos los hermanos de mi abuela con sus hijos y sus nietos. Éramos muchas personas, no sé cuántos. Si pudiera replicar alguna navidad creo que sería esa, aquella noche inolvidable, en la que jugué y comí todo lo que quise.

Mi amiga del internet supo darle un buen giro a su muñeco de nieve.

Y si quieren seguir sus aventuras acá su IG.

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