(5/52) Fin de curso
El día de ayer finalizó el seminario que imparto en la licenciatura en historia del arte. Decidí replicar a cada uno de ellos en privado. Les entregué su ensayo final y a cada uno les dije qué aciertos y errores veía y cómo podían mejorar. No sabía bien cómo terminar este curso. Porque mientras lo daba recordé lo que era estudiar en la licenciatura, tomar clases era un pacto de asistir a todas las clases, de estudiar, de cumplir. Y cuando tuve que hacer promedios observé cuántas veces habían faltado, cuántos trabajos se habían perdido y cómo en ese último día las calificaciones hablaban por sí solas.
Sentía simpatía por todos, de manera diferente, cada uno mostraba sensibilidad y emoción por la materia, así que fui esa maestra barco que intenta ayudar en lo posible.
Recordé que una maestra me dijo que estudiar historia del arte era como estudiar un idioma nuevo. Ponía de ejemplo que cuando ella había estudiado francés no había ido a una clase, justo en la que habían enseñado a leer el reloj, por tanto nunca pudo recuperar esa clase. Mi curso se parecía a eso un poco, enseñar un lenguaje nuevo, aunque fuera el más propio, el más familiar: español. Mostrar cuál es el lugar de las sílabas, de las comas y de los adjetivos. Repetir cómo se ocupan las preposiciones, a veces mal usadas. Pero intentaba repetir todos los conceptos importantes en cada clase, ir recordando, repitiendo, aprender es reconocer.
Durante 36 días me levanté a las seis de la mañana y pedaleé sobre Reforma para dar mi clase a las 8. ¿Qué día de la semana define más mi vida presente? Martes y jueves eran días en donde todo comenzaba antes de tiempo. Sufría mi propio día de la marmota. El señor de la fonda descargando verdura. El señor de los abarrotes anotando cosas en su libreta. Todas las veces tuve que luchar contra mí misma para poder despertar y mecánicamente me metía en la regadera, como podía me vestía y me maldecía por tomar un grupo tan temprano. Salvo un par de días que Alex estuvo conmigo en esa misión y se levantó, preparó desayuno y juntos vimos the bare bears. Fueron las últimas dos semanas que di clases. Y lamenté no haber tenido esa rutina antes. Ver ese trío de ositos antes a las 7 y media de la mañana me recordó cuando lograba ver un pedacito de Doug antes de partir a la primaria. Ver una caricatura antes de que el día de la vida adulta comience tiene una paz mental que me hizo recordar cómo enfrentaba el mundo cuando tenía diez años. Al final no hay realmente nada grave con levantarse temprano, todo estará bien, al menos por ese instante. Al cruzar la glorieta de Colón en bicicleta me detenía la mayoría de las veces en el alto: no podía dejar de cautivarme ese enorme páramo que está frente al Fiesta Américana y que deja que las nubes sean protagonistas, que se alcen por encima de la ciudad, blancas y gordas, como si fueran la cúpula de una iglesia, y que por estar amaneciendo, es una imagen que en otro momento del día nunca es tan espectacular.
¿Qué cobra sentido a esa hora? ¿Es por qué no tengo alternativa? ¿Busco el sentido de la vida antes de las 8 am? ¿Soy una mejor persona? Supongo que no. Sólo creo que la ciudad huele diferente y que el cielo realmente está sobre nosotros. La ciudad no tiene esa maraña de sonidos, sólo tiene bicis y silbatos, motores y pitidos de metrobus. La ciudad se desdobla de otro modo. ¿Es así como se vive lo cotidiano?
—¿También a ustedes les cuesta levantarse temprano?
Pregunté a mis alumnos. Todos musitaron que sí. Alguien no dijo nada. Solo volteó la mirada.
—Hoy termina eso.
Me vieron.
—Hoy termina esa pesadilla de levantarse temprano y venir a mi curso.
Se rieron. Y no era tan cierto que termina, porque ellos cursan el primer semestre. Pero ya no conmigo, al menos por ahora, este semestre, no estaré cruzando Reforma a las siete y media a, eme. Y eso me tiene feliz. Por fin podré dormir hasta tarde.
El curso cerró con el festejo de uno de ellos. Cumplió 20 años y le regalé una Enciclopedia, porque sí, porque a mí me hubiera gustado que me regalaran libros en la licenciatura por ser mi cumpleaños. Ese día y los anteriores, mi alumno portaba un anillo de oro con una piedra. Como si fuera un señor de otra época. Me cae bien este niño. ¿Por qué yo no tenía el valor de ponerme anillos así a los veinte años? No sólo hay que despertar temprano, también hay que tener en mente qué anillo usar, cualquier día puede ser El día.