52/12 contraseña
El ruido de la puerta me despierta. La luz de afuera me hace notar que sucede algo del otro lado. Me levanto, primero me siento en la cama y con mis pies busco mis sandalias. Al abrir la puerta encuentro algo que me pone incómoda en el instante. De las pocas veces que me siento incómoda en mi propia casa es cuando piso agua y traigo calcetines. Pero ahora es diferente; me siento incómoda porque me siento fuera de mi hogar en mi propio hogar, una situación que me paraliza, me hace retroceder. Un daño muy sutil. No es una alarma que me lastime a los oídos, no es esa agua avanzando sobre mi calcetín y llegando a la planta del pie. Es una imagen del mundo real, un hombre de la arena, si tuviera nombre, un gabinte de Barba Azul, una situación que debiendo estar oculta se revela y sale a la luz. Entonces cierro la puerta para no ver. Pero no hay vuelta atrás. Regreso a mi cama intentando conciliar el sueño, pero ya estoy dañada. Ya no voy a poder dormir. Aprieto los ojos y siento que el temblor en el ojo derecho ha regresado. Y no sé por qué me produce tanto malestar. Intento abrir mi celular para distraerme, pero lo tengo apagado, necesito prenderlo y esperar, y de golpe pienso, ¿quiero distraerme del malestar? ¿y si solo me permito sentir este miedo? Un miedo convirtiéndose rápidamente en rabia, en taquicardia, en odio y de regreso al miedo, a la tristeza, frustración, enojo de nuevo, y rabia en un par de segundos. Entonces hay una idea que crece en mí: la certeza de querer destruir al otro. De destruir el origen de aquello que me incómoda hasta lo hondo de los huesos, que me tiene en este estado de alerta y de frustración.
Aprieto los ojos e intento ir a algún otro lugar. Y me viene entonces a la mente esa escena de Mulholland Drive, cuando Naomi Watts se queda sola en un sofá: triste, despechada, nostálgica, sintiendo ese torbellino de emociones por su novia o examante, quién sabe ya que eran en ese momento. Creo que es la escena de una chica masturbándose que más me ha impactado. Una cuchillo directo a los nervios. Por todas las capas de la trama que se están jugando ahí, en una sola. Se sacude esa ansiedad y esa tristeza. El cuerpo siendo neutralizado con un golpe mecánico a las emociones crudas. Aún no encuentro cómo neutralizar mi cuerpo cuando no sé qué hacer con las emociones de rabia que se apoderan de mí. ¿Cuándo se va el malestar? Me pongo alerta. Decido volver a pararme, enfrentar el miedo, la rabia, confrontar aquello que tanto me descoloca.
Abro la puerta y sigue ahí, entonces hago un ruido para hacerme notar en la habitación. Supongo que cada escritor debe tener sus colinas como elefantes blancos. Porque no me atrevo a poder nombrar lo que me duele. Se me revela como una opción, esto que siento, este enojo y tristeza, esta rabia y podredumbre, este pisar el borde de la locura, bien podría ser una contraseña porque de tan incómodo nunca la olvidaré como sucede con el resto.
Y entonces logro sacar mi enojo en un grito. Un grito que dice basta, pero de tan ahogado solo digo asta. Grito nuevamente BASTA. Él se sobresalta primero, y luego solo dice shhh.