52/18 box (2)
Ayer me enseñaron a sacarle los ojos a mi oponente. Al principio debes mostrar sumisión porque de esa manera puede sentir confianza el agresor y acercarse más… ya que está cerca, se toman los pómulos, se aprietan con fuerza y los pulgares entran a los ojos como dos espátulas. El maestro dijo: no estamos acostumbrados a ir por la calle y que de pronto llegue alguien a atacarnos, el factor sorpresa siempre da ventaja a los agresores, por ello es mejor no oponer resistencia para poder observar y atacar. Si el oponente nos ataca con un golpe al aire hay que saber meternos en el cuerpo y doblar ese brazo. El box se convierte coreográfico. Izquierda, derecha, volado, volado, gancho, gancho. Un golpe acomoda el cuerpo para poder dar otro golpe. Esquivar, desviar. Izquierda, derecha, volado volado, gancho gancho. Más rápido, dice el entrenador.
Observar es la mejor táctica, ¿qué pasa si nuestro oponente es mayor que nosotros y nos hace daño? ¿Cómo lo podemos atacar? Silencio y silencio ante esas preguntas. El profesor dice una respuesta que no había pensado: huir. Si sabemos que no vamos a poder por su tamaño y capacidad es momento de correr. No puedo dejar de pensar que mi manera de relacionarme con las personas que me quieren tienen esta dosis de ejercer una defensa. Es como si hubiera crecido con miedo a que el otro me haga daño solo por existir. Y que ahora estoy entrenando mi cuerpo a defenderse, a no dar por sentado que el mundo es un lugar seguro. Cuando viene el golpe; no cierras los ojos, nunca hay que darle la espalda a nuestro oponente; la guardia no se baja.
El profesor no hace una sola pregunta personal. Por qué estás aquí, qué buscas, quién eres, qué haces antes o después de venir al ring. Yo soy la que tiene esas preguntas. Quisiera saber qué furia guarda Morin cuando sube al cuadrilátero y tira esos golpes con tanto empuje que quisiera llorar con ella. Me falta fuerza para estar a la altura de los golpes que se están dando allá arriba. Quiero entender cuándo se termina por drenar la ira, el enojo, la frustración, el estrés. Al salir del box estoy tablas con la vida. No te debo ni me debes nada, ¿a quién? A mí misma, supongo.
Defenderme, “defensa” el concepto que atraviesa mi psicoanálisis, intento defenderme de mi madre y mi padre desde que los recuerdo. Por primera vez estoy bajando la guardia con ellos para levantarla ante un posible agresor sorpresa que quién sabe si realmente exista. Voy al box a dejar esa ira en un lugar que no me afecte, a canalizarla, despojarme de ese enojo que tengo guardado muy en el fondo de mí. ¿Algún día me veré en la necesidad de sacarle los ojos a alguien?