52/22 sombras
Me gusta cerrar una hoja de la cortina que está en la sala para después acostarme en la hamaca. A veces solo estoy ahí, viendo las plantas del librero. Esa sola hoja logra frenar el sol, pero no la luz. La tenue sombra es suficiente para que pueda leer. Entre la cortina y la misma hamaca se produce una doble sombra que cubre a mi gatita. Kiki se oculta entre ambas, cada vez se acerca un poco más a mí, y no sé qué hacer con ella para no asustarla.
El viernes en el box estuvimos “haciendo sombra” shadow boxing es el término que usa el entrenador. Es sobre todo para calentar y para hacer una rutina de golpes. Estar en guardia, retroceder, entrar, golpear, esquivar. Dani, el entrenador, me mira siempre a los ojos. Es difícil no parpadear cuando pone los ejemplos: “Imagina que viene un derecho y luego un gancho. Gira tu cadera en un medio círculo para esquivarlo, y luego hacia atrás. Imagina que tu oponente está aquí y te va a lanzar un jab y dos derechos. Muévete, Idalia, no puedes estar en el mismo lugar”.
La sombra te hace pensar que viene el golpe y lo esquivas, que estás frente a tu oponente y lo golpeas. Los últimos quince minutos de la calse estuvimos manopleando. Dani estuvo recibiendo los golpes. Me gusta que cada movimiento tenga un nombre. Este va directo a la quijada, por eso tiene que salir de tu cuerpo y llega arriba, este volado tira hacia el lado derecho, como si me fueras a dar un abrazo. Nunca te quedes en el mismo sitio, nunca bajes la guardia. Si estás en el mismo lugar eres un flanco fácil, muévete, no dejes de moverte.
Las sombras de los otros también son eso: fantasmas, impresiones medio borrosas, una gama de grises que no configuran un rostro. Si me muevo también las esquivo. Si giro lo suficiente logro intuir hacia donde va el golpe y cómo me puedo agachar o retroceder, entrar con la guardia arriba. Tira y regresa.
¿Qué otras sombras hay en tu vida? preguntó Selma. La de mi mamá que no es mía pero que me ha cubierto… como la sombra en la que se esconde Kiki. No es de ella pero la protege. ¿Y por qué la de tu mamá? No sé, pienso en una sombra y solo me viene ella. Compartimos el mismo nombre, Idalia se proyecta en el mío: Idalia. Me he tenido que ir despegando lentamente y aún así, como esos stickers que guardan mucho pegamento, después de quitarla queda ese residuo de que estuvo ahí pegada. Hacer ejercicio guarda aún el recuerdo de salir de la alberca y buscarla a través del vidrio que separaba la alberca de un mirador en donde muchos padres se sentaban a ver a sus hijos. La busco y la busco y no está, termino caminando hacia el vestidor, sabiendo que no estará para detener la puerta de mi regadera. Aunque supiera que no estaría, no perdía la esperanza de buscarla del otro lado. El olor del cloro me trae esa frustración infantil de que mi mamá esté ahí para esperarme.
Ahora mismo mientras describo ese recuerdo que me causaba dolor, me doy cuenta que hace tiempo que ya no me interpela, ¿me logré mover de lugar? Quizás sí, he girado también a otro lado del ring en donde por fin puedo nombrar el golpe y hacer que se desvanezca en el pasado. Eso, identificar qué proyecta la sombra y cuántas otras se pueden juntar en una sola. Otra sombra más al tigre y chica qué diceeeee…