52/27 Domingo de Julio
La idea de vernos los domingos en familia surgió en medio de la pandemia, para atender la crisis del encierro que de alguna u otra manera teníamos todos. Nos dimos cuenta que teníamos que estar más cerca, al menos el núcleo, mi mamá, mi hermana y mi abuela. Aunque a veces no quisiéramos, es un esfuerzo que hacemos todas. Después se hizo una rutina en la que nos ponemos al día, nos intercambiamos libros o mi mamá nos da cosas del costco o mi abuela nos cuenta sus visitas al doctor, etc. A veces cancelamos, otras veces logramos vernos, cada domingo. Los últimos dos han sido en casa de mi madre así que paso por mi abuela y luego llevo de regreso. A la vuelta siempre comentamos la comida. Generalmente mi abuela viene hablando, no para de hablar y de repetir anécdotas que ya conozco. Pero no me molesta, la escucho e intento encontrar novedades en el relato que he escuchado una y otra vez.
Ayer de regreso, yo venía manejando y mi abuela lloraba en silencio. Sacó de su bolsa un kleenex, se quitó los lentes y se secaba las lágrimas así como salían. No hacía ningún ruido, ni gemido, se escuchaba el chiflido que tiene en los bronquios, también muy leve. Su llanto me dio mucho senti. Pensé que mi abuela ya es muy grande para estar triste, para transitar por un llanto prolongado. Pero supongo que en realidad nunca vamos a dejar de sentir tristeza, enojo, frustración, esos estados que intentamos darle la vuelta o rechazarlos pero que siempre están ahí, conviviendo con todo lo demás.
Me parecía horrible seguir manejando sin poder hacer algo. Me estacioné en una calle, me desabroché el cinturon y me acerqué a ella para abrazarla de asiento a asiento. No llores, le dije… pero inmediatamente pensé pero por qué no va a llorar, más bien, sí, sí llora y saca toda esa angustia.
Desde hace semanas me doy cuenta que mi abuela está muy viejita. Está más encogida de los huesos, su ropa le queda grande y se ha dedicado a ajustar sus jeans en la máquina de coser. Los médicos le dicen que no tiene nada, que está bien, los achaques que tiene son propios de la edad. Me dijo que tiene un frasco con más de 90 pastillas para dormir y que muchas veces piensa en tomárselas todas y morirse o entrar en coma y no salir nunca de ahí.
—¿Por qué dices eso?
—Porque estoy harta de ser vieja y convertirme en una carga. Y así no quiero vivir.
Estuvimos unos minutos con el carro parado. Y luego seguimos el camino. Igual… no dejó de llorar. Mi abuela vive en la misma casa desde que yo nací, he recorrido esas calles desde el asiento trasero del carro cuando era niña y mis padres me llevaban a comer con mis abuelos, cuando era la copiloto de mi mamá en la adolescencia y cuando comencé a tener mi propio carro. He manejado cientos de veces hacia su casa. Pensar que ese viaje puede terminar cuando ella ya no esté con nosotras me pone muy triste. Esperé en la puerta a que mi abuela se tranquilizara y dijo: he hecho todo por ella, le he dado todo y mira cómo me trata… Me quedé en silencio, viendo cómo sus ojos se hacen más claritos cuando llora.
Piensa en esto, abuela. Estoy aquí y mucho de lo que has hecho por mi madre se ve reflejada en esto que soy ahora, porque es algo que continúa, eso que piensas que no valió la pena sí valió, valió para mí, para mi hermana y para mi madre, incluso esta fuerza que no sé de dónde viene, pues viene de ti.
Se quedó un rato recomponiéndose. Hasta que decidió entrar a su casa. Yo me metí al carro y también lloré. Le marqué a mi mamá para contarle todo lo que pasó de regreso a casa de mi abuela. Ahora se hace la víctima, yo no me pongo a llorar de todo lo que me hace y critica y juzga… Yo también debería de ponerme a llorar, lo dijo sarcasticamente pero creo que como mi abuela también debería expulsarlo.
Ninguna tiene la razón, las dos tienen sus diferencias y sus heridas, viejas viejas heridas.
Pienso que la relación madre-hija es complicada, no importa si mi madre tiene 50, 60 u 80… es una relación que seguirá siendo compleja y nadie gana, es muy dolorosa. No sé si es porque las dos son mujeres, somos mujeres, pero su relación es como un pronóstico de lo que podría ser mi relación con mi madre y pienso que no quiero. Que cuando mi madre tenga la edad de mi abuela no quiero que esté en el carro de su nieta llorando, si es que llega a tener una nieta, si es que llegamos a ese punto en la historia.
Mi abuela ha estado transitando por cerrar todos los capítulos. Tacha los nombres de sus amigas muertas en su agenda. Tira tuppers viejos que han estado en su cocina desde hace años. Saca los radios viejos que tenía mi abuelo guardados y los lleva al fierro viejo. Regala los relojes que eran de mi abuelo a quien esté dispuesta a darle un mejor uso. Se deshizo de todas sus joyas el año pasado y las repartió entre Isolda y mi mamá. Me regaló su carro porque ya no podría manejar y también fue un duelo con ella misma. Dejar de manejar, dejar de usar collares pesados alrededor del cuello, dejar de usar zapatos de tacón. Lleva más de tres años depurando su casa, su vida, revisando sus cuentas pendientes. Hace como un año estuvo enojada con mi abuelo… luego estuvo recordando viejos novios. Qué hubiera pasado si… Se permitió imaginar y hacernos saber que tomó malas decisiones. Pero ganó el amor, quería estar con alguien que la divirtiera y eso sí sucedió.
Ayer la llevé a comprar unas gotas y me dio su tarjeta del inapam para pedir un descuento. Su tarjeta es de cuando apenas cumplió 60 años. En ella tiene impreso En caso de emergencia contactar: Sergio Tovar. Mi abuelo tiene 10 años muerto y aún aparece su nombre impreso en esa credencial. Cuando le di las gotas me dijo que me había pedido dos frascos no uno. Me quedé pensando en si regresaba a la farmacia. Pensé que no, que podríamos ir el siguiente domingo. Al final nos despedimos con la promesa de volvernos a ver, de regresar a su casa o a la mía y de quizá ahora sí jugar turista o maratón.