8/52 nunca cambies
Ayer me vi con mi amigo el Negro.
Sigo diciendo que es mi amigo aunque entre nosotros haya un abismo de bullshit —buscaba una palabra para definir qué tipo de abismo, pero todo se puede resumir en mierda, mierda de todo tipo—. Cuando lo veo algo de su abrazo sincero y de su cariño hace que la amistad se resuelva en un instante porque sé que es una persona honesta y que me quiere bien más allá de las drogas, de los chismes, de su micromachismo. Nada es personal. Esto es un punto a favor para el encuentro análogo, aquel que sucede fuera del internet, el encuentro entre amigos en un café o en un restoran sigue siendo mejor que una ventana de chat o de un skype. Sobre todo porque a veces las cosas se necesitan confrontar con el cuerpo entero, con un apretón de manos, con un abrazo, con un beso o con la simple mirada. Supongo que esa es también la razón por la cual los presidentes se conocen, porque necesitan medir de algún modo su intuición y sus olores, más allá de la diplomacia.
Ayer me vi con el Negro y comimos mariscos y tomamos cervezas. Hacía mucho que quería regalarme unos libros de los Discos Cuchillo y ese fue el motivo de la reunión, eso y bajar algunas actualizaciones. Me contó de su viaje a Monterrey, de Tijuana y del fantasma de Rafa Saavedra en la boca de todos los vivos. Me platicó cómo hace tiempo que la coca le da una hueva inmensa, un tedio solo comparable con ver películas de semana santa y morirte de calor.
—Ya no pasa nada, Idalia. Coca y más coca, las mismas pláticas con las mismas personas, no pasa nada extraordinario, nadie se agarra a golpes, nadie comienza una orgía, nadie se avienta de un balcón, no pasa nada, sólo de pronto te das cuenta que ya son las tres de la tarde del siguiente día y que tienes el cerebro cocinado.
Recuerdo la frase Nunca cambies que escribían mis compañeras en mi anuario al final de la secundaria. ¿Nunca cambies? Al contrario. Cambia, conviértete en otra cosa, muta de piel, de país, de nacionalidad, que todo pase por encima de ti. Esas debían ser las frases en ese anuario de la pubertad. Creo que aquello que me aleja o me acerca a mis amistades tiene que ver con los cambios, en donde sí pasan cosas, las pláticas cambian, las personas también, los golpes son internos, y también están ahí las respuestas. Acompañé al Negro al metro Revolución, aún ahí seguíamos platicando de cosas, estuvimos parados un rato y nos despedimos dos veces porque seguían saliendo cosas y cosas. Por un momento pensé, deberíamos de ir a la casa por un six y seguir platicando, pero por otro lado también quería estar en mi casa durmiendo una siesta a las cinco de la tarde. Después pasé el resto del sábado viendo Narcos, en donde sí se avientan por el balcón, hay venganzas y tensión dramática.
Por qué tenemos que considerar nuestra vida como si se tratara de una serie de televisión en donde ocurren montón de situaciones que nos alteran y nos cambian el rumbo. Cuando pienso que nada puede sorprenderme mi inconciente me avienta a una pesadilla para despertar empapada en sudor.
Ya no pasa nada, Idalia. Por eso los escritores se adueñan de campos en donde hay acción: conciertos, marchas, política, seudorevoluciones. Ahora lo único que disfruto es meterme un ácido y sacar a pasear a mis perros.
Al menos seguimos teniendo ácidos, ahí sí pasan cosas, todo se tiene que reconstruir frente a nuestros ojos bajo nuestras propias fobias, límites y reconocimientos.
Abro el libro Tomando ácido en Reino Aventura y me quedó unos minutos oliendo las hojas de colores, reconociendo la verdadera maestría de los Proyectos Ninguém. Por fin llegó el 2020 y con ello la nueva historiografía de los noventas. Ver mi infancia registrada en un libro de historia era algo que deseaba desde que entré a estudiar la carrera de historia en el 2005. Y quizá lo más cercano que he encontrado son los ensayos de Balmori:
“Caminitos hacia el cosmos es exactamente eso, una angosta ruta de escape hacia el universo a bordo de un trenecito como el que remonta el Bosque de Chapultepec”.
El disco de Fobia Mundo feliz solo está un par de años adelante en la línea del tiempo que revisa la última temporada de Narcos. Imagino que Paco Stanley y su patiño se meten coca en los baños de Televisa mientras que Leonardo y Cha! se bajan los pantalones frente a la prensa moralina de estos años. Ya nada le espanta a nuestra prensa, se ha vuelto bastante barata y amarilla.
Leer a Balmori es lo más cercano a sentir mi ser en el lomo de un poni en el parque de los venados, es doloroso pero hermoso. El rock en tu idioma también tenía el deseo de que pasaran cosas por eso inventaron los grupos de televisa, aunque no fueran extraordinarios, hacían que ocurriera el mundo. Y Leonardo de Lozanne era muy hot, es muy hot. Recuerdo que el papá de Zaida se había casado con una de las mejores amigas de Leonardo. Y que por las tardes, después de que fueran por nosotras a la secundaria, pasábamos horas viendo las fotos que tenía Vicky y escuchando sus anécdotas, eso era lo más cercano que podíamos estar de vivir una aventura, Vicky era nuestra informante de primera mano y era una gran cronista.
Si preguntan por ti, qué voy a decir. ¿Que dejaste la coca? El diablo va a estar muy triste.
Si preguntan por ti, qué voy a inventar. ¿Que te casaste con Diego y tuviste un hijo?
Cuando no estés aquí, qué voy a decir, tendré que mentir. Escuchar a Fobia es sólo la afirmación de todo lo que ya no es, la improvisación noventera que remata en mi memoria con una firma de Nunca cambies.
Tendré que mentir:
Hace años que no tomo un ácido y Zaida salió del closet.