[hle] Idalia Sautto
En una taza para tomar café que tiene mi mamá desde hace años se lee: Where the hell is Colusa? Y cuando se le da vuelta dice: Colusa es una ciudad del Estado de California a la orilla del río Sacramento.
Cuando pienso en presentarme, en varias ocasiones, se aparece esa taza en mi mente, pero en forma de Who the hell is Idalia Sautto? En esa fantasía mi nombre es leído por un gringo, pronuncia mal Idalia, dice Aidalia. Si yo fuera una ciudad, sería esa pequeña ciudad californiana: Colusa.
No sería esta Idalia que nació en Acapulco en Semana Santa en 1984. El aire acondicionado dejó de funcionar a las pocas horas de que había nacido. A mis padres les robaron su VW verde. Y el año fue tan duro que la Universidad Autónoma de Guerrero se fue a paro y no recibieron sus cheques durante 6 meses. Llegué a vivir al DF al año. Mis padres rentaron un pequeño estudio en Vito Alessio Robles. Y desde entonces he vivido en la ciudad. Así que nunca realmente he sentido que pertenezco a Acapulco, más allá de que aparece en mi acta de nacimiento y en últimas fechas se ha convertido en un foco de infección del narco y de la violencia armada.
Muchas veces, si nadie me lo pregunta me asumo como cualquier chilanga.
La gran parte de este tiempo viví en el sur de la Ciudad de México. Coyoacán, los viveros y CU me configuraron hasta los 29 años. La plaza de la Conchita fue el escenario en donde me tomaron fotos recién casada. Me casé a los 25 años. Y ahora siento un extraño rechazo por ir. Me mantengo siempre en una zona centro. Repelo la zona. Quizá porque me produce dolor.
Soy Colusa. Estudié la carrera de historia porque quería entender cómo se había configurado el mundo. Por qué el mundo es cómo es. Por qué existen las ventanas, cuándo se inventaron las cerraduras, por qué usamos lápices para escribir, cuándo se creó el cuaderno a rayas, cuándo se inventaron los recetarios, etcétera, etcétera.
Después me di cuenta que quería estudiar historia del arte porque era la posibilidad de narrar las imágenes con palabras. Pero en realidad estudié historia porque quería escribir. Porque quería inventar cosas. Y me encontré con muchas puertas que jamás hubiera imaginado. Quizá el tesoro más grande fue poder ubicar en una serie de líneas paralelas el siglo XVIII, me di cuenta que todo confluyó en ese momento entre 1700 y 1800. Cuando pensaba en el invento de la luz, venía Newton, cuando me emocionaba una sonata, descubría a Beethoven anclado a esa misma temporada, y una buena parte de la carrera estuve obsesionada con ese siglo.