[hle] tactos

Idalia Sautto
4 min readMay 18, 2020

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A veces me despierta mi mano dormida. Duermo siempre de costado, y muchas veces duermo encima de mi mano sin darme cuenta. El dolor de tenerla entumida es lo suficientemente fuerte para despertarme. Cuando cierro los ojos para dormir deseo despertar boca arriba, con los brazos a los lados, porque cuando despierto y estoy en otra posición siempre hay algún tipo de dolor o incomodidad.

Al despertar lo primero que toco es mi propia piel, las manos se reconocen a sí mismas, se tocan en sus palmas, se entrecruzan de dedos, como comprobando que siguen siendo ellas mismas. Después toco mi rostro. Cuando voy al baño me asomo al espejo. También para comprobar que ahí estoy, que mi mirada me regresa mi propio ser. Comprobar que la realidad sigue siendo esta. A veces investigo en mis ojos si tengo lagañas o si la cana que me salió en una ceja ha nacido nuevamente después de haberla depilado con una pinza.

Toco cuidadosamente mis cejas que son pocas. No tengo mucho vello en la cara. Y mis dedos tocan mis párpados, la grasa acumulada por la noche que se queda ahí. Es muy rápido este vistazo, me tardo más en descibirlo que en lo que sucede.

Señor Panthro sube al lavabo y comieza ese ritual de abrir la llave para que tome agua. Acaricio su cara y también examino que él no tenga lagañas, si tiene, se las quito. Es muy dócil, permite que lo acicale, también deja que le dé una breve cepillada con un peine y le intento quitar lo más de pelo. Le gusta bastante.

El otro día leí que hay más microbios en nuestras mascotas que en la suela de nuestros zapatos. Al peine le retiro la bola de pelo y la apelmazo para que sea más pequeña y luego la tiro. Limpio el arenero y después me lavo las manos. Siempre me he lavado mucho las manos, ahora más, pero intentó no exagerar, sólo lo hago más frecuentemente.

A esa hora, antes de las ocho de la mañana, voy a la cocina y sirvo media latita de alimento a Panthro y a Kiki. Kiki ahora se acerca desde que estamos en el baño, pero se queda sólo en la entrada observando si estamos por salir para ir a la cocina. Así es. El ritual es perfecto. Voy a la cocina y sirvo el desayuno. La lata que sobra la pongo en un recipiente. Y si hay trastes sucios los lavo. Si no hay simplemente me voy al estudio y comienzo el día. Entonces mis manos comienzan a teclear, tal como lo hacen ahora. Y mis dedos no están percibiendo el tacto o la textura de las letras. Se convierten en una herramienta más de la mecanografía. Y cada letra está en su lugar correcto. Recuerdo una vez que usé una computadora que estaba en francés y cuando comencé a escribir varias letras estaban en lugares diferentes y fue muy desconcertante. Cuando volví a mi computadora me sentí aliviada y cómoda de poder volver a tener mi teclado en español. Y ahora lo respeto más, sabiendo que podría no existir.

Durante el día, a veces realmente olvido que están ahí mis manos. Porque también siento con los pies. Cuando llega Panthro y comienza a pegarse a mis pantorrillas y lo acaricio con las piernas o con un pie.

El cuerpo sigue siendo inaprensible por la mente. Regreso al inicio: sentir la mano dormida. Yo no decido sentir el hormigueo de la mano. Sí soy mi cuerpo pero también soy mi mente. El cuerpo se revela contra lo que pensamos: se duerme, se acalambra, se enferma, se atrofia, se muere.

Varias veces he sentido que me da un calambre el agua al caer en el lomo de mi mano. Le pregunté a Isolda por qué pasaba eso, y me dijo sorprendida que a ella también le ocurría muchas veces y que era extraño. No sabe por qué puede ser. Pero es una corriente eléctrica y duele y sucede al entrar en contacto con el agua. Y ahora pasa más veces que antes porque me lavo las manos con mucha más frecuencia.

Mis manos también tocan mi rostro, se acomodan en mi barbilla, recorren mis mejillas en silencio buscando granitos, me rasco la cabeza, desacomodo y acomodo mi cabello varias veces al día. Toco mi nuca para comprobar cuánto ha crecido mi cabello desde que lo rapé en la parte de atrás.

No sé si antes del encierro me obsesionaba de la misma manera el polvo. Ahora tengo mucho más presente las superficies de mi casa. Me doy cuenta si hay polvo, y a veces encuentro bigotes tirados. Son blancos, largos y filosos como una aguja. El polvo es gris y siempre tiene pelo de gato. Hay pelos por todas partes, es una guerra que he perdido. Respiro más pelo de gato que cualquier otra tipo de materia. También a veces despierto con alergia y tengo la duda de si ya habré enfermado. A lo largo del día se me quita y ratifico que todavía no. Las noticias dicen que hay que resignarnos: todos enfermaremos de Covid-19, tarde o temprano, la idea es no saturar el sistema de salud y no incrementar la curva, el contagio. Aunque ahora la muerte es una curva de cifras y no de nombres. Recuerdo cuando los 43 eran pronunciados para no olvidar el nombre y el apellido, no olvidar sus rostros. Ahora de los miles que han muerto no hay un solo nombre propio.

Hasta hoy no había pintado mis uñas. También escuché que era mejor no pintar las uñas durante la pandemia. Las pinté de rojo contra todo pronóstico.

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