52/24 cumbia
No me creas una santa porque Santa fue mi nombre. Fui un número, una cosa para rentar. Cuando reí, fui reprendida. Cuando lloré, nadie creyó en mis lágrimas. Morí miserablemente y nada dejé. Te contaré mi historia y aunque fui culpable, me perdonarás. Estoy segura, tan segura como estoy de que Dios me ha perdonado.
Así comienza el guion que escribió Orson Welles para la película de Santa. Mi abuela quedó muy conmovida por esta película después de verla en una sala de cine que estaba en Fray Servando y Circunvalación, no muy lejos de donde la protagonista de la película se prostituía. Cuando nació mi mamá la bautizó con el nombre de Santa. Mi bisabuela se enteró unos días después de que su nieta se llamaba Santa. ¿Por qué le pusiste el nombre de una puta a tu hija? Reprendió a mi abuela Lupe. Ponle Idalia, como mi comadre. Y en su acta de nacimiento encubrió ese primer nombre: Santa. Yo tengo el nombre de mi madre, Idalia. No me creas una santa porque Santa fue mi nombre, vuelvo a leer en mi mente al leer el guion. Un día voy a recitar este comienzo. ¿Cuándo? pregunta Mariano. Un día. ¿Pero por qué? Un día que quiera recordar que los nombres también vienen de la ficción. No, no respondí nada. Solo quiero aprenderme eso. Siento que es un comodín, una respuesta guardada que puede funcionar, como saber los pasos de un baile.
Llevo varias semanas sintiendo que voy a explotar. Escribo, hablo, voy intentando desmenuzar si esto que siento es tristeza, si solo es rabia o si a lo mejor estoy cansada y ya… pienso que este tipo de tristeza tiene estrategias muy elaboradas para esconderse, ¿nadie creyó en mis lágrimas? Hay partes de Santa que me dejan helada. Es complicado encontrar el password para descativar esos enojos que no responden a los resortes de dónde provienen.
No recuerdo cuál es el episodio de Rick and Morty en donde tiene que desactivar el algoritmo en el que están metidos corrompiendo su temporalidad y el loop en el que están sumergidos mediante acciones absurdas. Pienso que puede ser el capítulo en el que están encerrados en un tren. ¿Si es? En situaciones en las que he estado una y otra vez pienso que en ese lugar del enojo que me aisla o me atrapa en silencio, callada, debo llorar o reír, no voy a caminar a la puerta para azotarla debería caminar en reversa, con la seguridad de que no voy a tropeza y llegar al baño, lavarme la cara con agua fría. Romper el loop. En lugar de ir en bici a mi terapia, tomar el metrobus; caminar al correo, usar la bici fija, cargar a Fermín y darle un beso en la punta de su nariz y no ignorar sus maullidos matutinos.
Tratar el lunes como si fuera viernes, ir al cine, tomar la iniciativa, decir que sí en lugar de qué hueva. Decidir sí aunque afuera llueve. Torcer lo cotidiano, no cantar las canciones de siempre, indagar sobre la posibilidad de otras letras. Cantar por ejemplo abarajame la bañera en karaoke. Hazte a un lado que voy rumbo a tu tierra. Cambiar la canción, quebrar el ritmo, no te hagas el macho, con mis palabras te machaco. Encontrar otras analogías del presente mientras se canta, cuando camino por las calles de mi barrio, me gritan cuidado con las fieras. Sin miedo porque cuando canto no tengo nada que perder.
Ayer vi la película Everything Everywhere All at Once. Me gustó mucho. La parte que me parece más entrañable es que la estabilidad del mundo —de los mundos— radique en la relación de una madre con su hija. El sindicato de los géminis dirá otra cosa como que es cursi, que pudo ser mejor, que iba bien y luego terminó mal. Para mí son el tipo de películas que te acompañan por un conglomerado de emociones universales pero que justo por eso es muy fácil reírse de eso, al grado de tener una farsa, de incluso ser ridícula en varios episodios. Drama, comedia, la etiqueta del cine dice fantasía/ciencia ficción, pero así es un poco la vida, qué importa si pasamos el resto de nuestras vidas lavando ropa y pagando impuestos si esto es lo que nos hace felices. No importa si has elegido mal porque al final no importa mucho la vida, se termina y ya, responde la hija a su madre.
En la película, Evelyn, la madre, ve pasar su vida una y otra vez en las diferentes versiones de cada decisión tomada. Entre ellas la posibilidad de nunca casarse con su esposo, sí hacerle caso a los consejos de su padre, ser cantante o ser actriz o ser la persona que es en esa línea del tiempo, una mujer con temores y tristezas muy profundas. Pensé en mi relación con Alex. ¿Hubieras preferido no salir conmigo? ¿Cómo sería nuestra vida si no estuviéramos juntos?
“Vi mi vida sin ti y es maravillosa”, le dice Evelyn a su esposo en un universo en donde ha elegido todo mal, ¿se puede decidir algo peor? Y uno de los que saltan en el tiempo le dice, no, tú lo haz hecho todo mal, no hay algo peor. Cuando eliges un camino dejas otro, es la ley, no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo, no se puede estar con dos personas en el mismo momento, no se pueden tener dos trabajos de tiempo completo sin fallar en alguno, al final no se puede tomar x y y simultáneamente, mucho menos si esos patrones se hacen exponenciales. Cuando conocí a Alex nunca pensé que podría gustarme tanto la cumbia como me gusta ahora. Estar con Alex es también entender la frase: “mira al mundo con amor de cumbia”. Y aunque suena muy cursi es muy real. Es otra forma de generar una bitácora, mirar el mundo, capturar, tener una imagen, revelarla, decidir la temperatura que llevará. Y luego todo eso queda en un disco duro, hasta que de pronto se hace una investigación y salen esas fotos, esa representación del pasado, un documento de que existió una fiesta, una carretera, una bicicleta, un baño público, un uber eats, un anuncio viejo del Covid.
Al salir de casa siempre tenemos dos opciones para emprender una caminata: derecha o izquierda. La derecha nos lleva hacia la San Rafael, la izquierda hacia el Centro. Por lo general vamos al Centro. Pero el viernes pasado dimos varias vueltas. Hacia Reforma y luego hacia la Juárez. Terminamos en el bar que está justo abajo del edificio en donde vivimos. Como personajes de Janosch, el hogar es la salida y después de varios rodeos, la meta. No me gusta ese bar. Me parece que los hombres que van ahí son casi todos viejos lesbianos que por lo general se enciman mucho en las meseras. Por forutna, no había nadie. Entramos al Oxford y presenciamos un concierto, en una esquina dos chicos, uno con gorra y acordeón, otro con tambor. De todas las posibilidades para las que pintaba el viernes, sin duda éste fue el mejor de los mundos posibles. El de gorra blanca sacó un pequeño acordeón amarillo, se presentó como rapero pero tocó cumbia. Lo acompañó la percusión y para hacer esto más emocionante cantó justo La paz de la cumbia y pensé que no podía ser una coicidencia. Es mi canción favorita de toda la playlist de cumbias que hizo Alex hace un par de años. El rapero cantó la misma versión de Celso Piña, tocó el acordeón con una buena pista que conectó a una bocina con pilas. Si la hubiera cantado el mismo Celso Piña frente a nosotros creo que hubiera sido comparable a lo que sentí en ese momento. Una energía de festividad inmediata por la sorpresa pero también de gratitud y felicidad. ¿En serio vamos a escuchar esta canción en vivo? Nos levantamos de la mesa y comenzamos a bailar. Alex, mientras bailaba, veía tocar al rapero, y me dijo: necesito tomar una foto. Pues tómala. El dilema entre vivir el momento histórico o documentarlo. ¿Es un momento histórico? ¿Crees que vamos a recordar esto por el resto de nuestras vidas?
Ver la vida como un sistema de elecciones es una falacia. El campo de lo que podemos elegir está predeterminado por la sociedad, por el mercado, por nuestras preferencias si se trata de internet, por lo que sale de nuestra boca, por lo que escribimos en un navegador, incluso por la ciudad en la que vivimos. La elección en el campo de la libertad es muy acotada, pero sé que esta parte de mi vida, decidir levantarme y bailar, incluso bailar sola mientras Alex toma una foto, me provoca un tipo de bienestar que antes no conocía. Es un poco chocante decirlo de esta manera, pero de las opciones que he tenido en esta misma vida, dejando a un lado la posibilidad de los multiuniversos, este mundo, esta vida de Idalia es la que más me gusta vivir.